“No me hacen falta razones. Iré a ver a mis hijos del Ecuador. ¿Dónde estaría mi cariño de Padre si no fuera a verlos?” Con estas palabras, San Josemaría anunciaba desde Brasil, su presencia en nuestro país. Un viaje que, fuera de lo previsto, tuvo algunas características realmente entrañables. Hoy, hacemos un recuento de esos días.
San Josemaría estuvo en Quito del primero al quince de agosto de 1974. Venía desde Perú, realizando un viaje por varios países de América del Sur, en donde visitaba a fieles del Opus Dei, Cooperadores y amigos. Tuvo decenas de encuentros en Brasil, Argentina, Chile y Perú, en donde realizaba una intensa catequesis para todas las edades.
En torno al medio día del primero de agosto, un avión de Iberia, llamado “Rosales”, aterrizaba en Quito, por la cabecera norte del aeropuerto. No es habitual que las aeronaves se aproximen por el norte, pero los fuertes vientos de agosto, provocaron esa operación. En la terraza del aeropuerto le esperaban cientos de personas de todas las edades, y unos pocos más en la pista. Nada más pisar suelo ecuatoriano, fue saludado por el entonces Consiliario del Opus Dei para el Ecuador, Mons. Antonio Arregui, y otros fieles de la Prelatura. El Padre pudo subirse ahí mismo en el auto que lo trasladaría a la casa donde residiría los próximos quince días.
Mons. Antonio Arregui, San Josemaría y el Beato Álvaro del Portillo, caminan en la pista del aeropuerto.
La casa prevista quedaba muy cerca del aeropuerto, sobre la avenida 10 de agosto (en ese entonces se llamaba Panamericana). San Josemaría pudo ver el monumento al “Labrador”, que se encuentra al sur de la pista de aterrizaje, y comentó: “Con estos bueyes hay que arar”, enseñándonos que siempre debemos ver en los instrumentos y en las circunstancias que nos correspondan, las mejores circunstancias posibles, con sentido positivo y alegría sobrenatural.
Estaba organizado un intenso programa de tertulias y actividades de visitas en nuestra ciudad. Pero nadie preveía lo que empezaba a pasar: San Josemaría no se recuperaba del mal de altura y de una afección gripal que traía de Perú. En un inicio se pensó que sería cuestión de un par de días. Pero en realidad fueron más de diez días en que el Padre tuvo que pasar en cama, con cuidados extremos para evitar cualquier tipo de fatiga.
Casa donde se hospedó san Josemaría. Estos patios fueron el escenario de las tertulias con múltiples personas los días 13 y 14 de agosto.
Unos días más adelante dijo: “Jesús, acepto vivir condicionado estos días y toda la vida, y siempre que quieras. Tú me darás la gracia, la alegría y el buen humor para divertirme mucho, para servirte y para que la aceptación de estas pequeñeces sea oración llena de amor.”
La vitalidad habitual de San Josemaría, contrastaba con su estado de salud de esos días. Una mañana, entre el 6 y el 8 de agosto, pudo levantarse para dar un pequeño paseo en auto al Panecillo (una pequeña elevación en el centro de la ciudad). Lamentablemente, a los pocos minutos, debieron regresar a la casa, ya que empezó a sentir nuevamente con fuerza los estragos de la altura: le fallaba la respiración y sentía mareos muy profundos.
Nos dijo: “Es que no soy un hombre de altura. De manera que Quito no me ha gastado ninguna broma. Ha sido Nuestro Señor, que sabe cuando las hace, y juega con nosotros”.
Pocos días después, con mucho esfuerzo y ayudado por don Javier Echevarría y don Álvaro del Portillo, pudo dar un brevísimo paseo por los patios exteriores de la casa. Para protegerse del sol quiteño –especialmente fuerte en agosto–, utilizó una gorra de color blanco que aún hoy se conserva en un centro de la Obra en Quito. Aquel paseo no duró más que unos pocos minutos.
En ese contexto, como se puede ver, las actividades planificadas tuvieron que reestructurarse de forma radical. Se tendrían muchos menos encuentros con familias y tertulias más reducidas. Una tertulia especialmente entrañable resultó aquella con las personas que atendían las tareas domésticas de esos días, que duró aproximadamente unos veinte minutos.
Unos momentos antes de la tertulia, se puede ver en primer plano a Mons. Fernando Monaj Abadía, y en la parte posterior a Mons. Juan Larrea Holguín, junto con otros fieles de la Prelatura.
En concreto, San Josemaría pudo tener dos encuentros con los fieles de la Prelatura el trece de agosto. En aquellas reuniones, el Padre se mantuvo sentado todo el tiempo; adicionalmente, los presentes tocaron y cantaron varias canciones para distraerlo y darle tiempo de tomar aire. En aquella tertulia, un fiel de la Prelatura le regaló una talla de la Santísima Virgen, una reproducción de la Virgen alada de Quito, tallada por su padre y su hermano. A San Josemaría le gustó mucho esa imagen y dijo: “La bendecimos. Espero que le des a tu papá un abrazo muy fuerte de mi parte. Pero fuerte fuerte. Le explicas que yo sacaría las fuerzas para hacerlo, porque todavía las tengo; si no tomaría antes una buena cantidad de oxígeno, y le daría un abrazo muy fuerte, porque se lo merece. A mí me gustan los hombres leales”.
Un momento de la tertulia, en donde San Josemaría escucha con atención una canción interpretada por varias personas presentes.
Esa misma tarde, le llevaron al Padre otro regalo: un lienzo que representaba al Sagrado Corazón de Jesús. Tenía una placa grabada con unas palabras que había pronunciado la tarde anterior (el doce de agosto). Decía así: “Tenéis las entrañas de estas montañas inmensas llenas de riquezas. Y el corazón de este pueblo, también”. De un modo u otro era una manifestación de cariño. Como San Josemaría no pudo visitar ningún centro ni labor apostólica, esta fue una forma concreta de estar un poco más cerca de él.
El miércoles catorce se llevó a cabo la única tertulia general de Quito. Asistieron unas doscientas personas, entre fieles y amigos de la Prelatura, además de varios sacerdotes de algunas ciudades cercanas. La reunión duró aproximadamente cincuenta minutos. Al final dijo: “Y ahora, este pecador se pondrá de pie, como pueda, y os dará la bendición. Por la intercesión de Santa María, que el Señor esté un vuestros corazones, en vuestros labios, en vuestro trabajo, en vuestros amores, y en las guitarras de vuestros hijos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espirito Santo”.
El día siguiente fue el último de San Josemaría en Ecuador. Tuvo una pequeña tertulia antes de salir al aeropuerto. Salió en auto hacia la pista y subió directamente al avión de Iberia que lo llevaría hacia Caracas. Cientos de personas lo despidieron desde la terraza del aeropuerto.
Preciso momento en donde San Josemaría bendice a los asistentes.
Unas de sus últimas palabras fueron: “Os sugiero que llenéis de amor y de fe vuestra entrega, y eso lo podéis hacer todos los días. Me fijo en cómo tratáis materialmente al Señor en la Sagrada Eucaristía, y estoy conmovido, porque se manifiesta el amor que dais a Dios”.
Estos días, de entrega silenciosa y humilde de San Josemaría en Ecuador, son un tesoro invaluable para todo nuestro país, especialmente para quienes se benefician espiritualmente de las labores apostólicas de la Prelatura en esta región.
Vista de la terraza del aeropuerto: cientos de personas se aproximaron para despedir a San Josemaría.
Saludos,
Departamento de Familia