Es difícil entender como una minúscula llama puede convertirse en una verdadera hoguera, que llena de luz todo el interior de una mujer. El verdadero prodigio comienza con un ser humano que se ha formado, y que va creciendo a imagen y semejanza de Dios.
Poco a poco van apareciendo los órganos y tejidos. Las extremidades que van creciendo; un corazón que comienza a latir; el cerebro, los órganos de los sentidos, la capacidad para amar infundida por Dios en el momento de la concepción.
Una pequeña mujer o un pequeño hombre que van a trascender en la vida, porque el Señor los ha dotado de talentos especiales que, junto con la gracia que sólo Él puede otorgar, marcarán la misión especial que únicamente ellos pueden efectuar, porque no hay personas iguales en la creación.
Sentir sus patadas, sus movimientos; caricias que, a su manera, un bebé expresa a su madre, agradeciéndole por ese pequeño lugar que le ha reservado y que le permite crecer y aguardar el momento en que ha de irradiar con su presencia, un hogar que lo ha esperado con anhelo y emoción.
Y nace. La pequeña llama, convertida en faro, deberá -con su aporte- iluminar la historia de la humanidad. Ser “luz del mundo…”, dependerá en gran parte de cómo los padres intervengan en su formación y logren que el brillo aparte las tinieblas de la deshonestidad, la injusticia, el egoísmo, la irresponsabilidad y la indiferencia.
Saludos,
Departamento de Familia