Más que en “dar”, la caridad está en “comprender”. —Por eso busca una excusa para tu prójimo -las hay siempre-, si tienes el deber de juzgar. (Camino, 463).
El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos -con su trato- la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin dividir las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas como si fueran mercancías o insectos disecados. No puede el cristiano separarse de los demás, porque su vida sería miserable y egoísta: debe hacerse todo para todos, para salvarlos a todos. (Es Cristo que pasa, 124).
El amor a las almas, por Dios, nos hace querer a todos, comprender, disculpar, perdonar…
—Debemos tener un amor que cubra la multitud de las deficiencias de las miserias humanas. Debemos tener una caridad maravillosa, veritatem facientes in caritate, defendiendo la verdad, sin herir. (Forja, 559).
Sólo serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás.
—Por eso, cuando hayas de corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar…, y con ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas. (Forja, 455).
Murmurar, dicen, es muy humano. —He replicado: nosotros hemos de vivir a lo divino.
La palabra malvada o ligera de un solo hombre puede formar una opinión, y aún poner de moda que se hable mal de alguien… Luego, esa murmuración sube de abajo, llega a la altura, y quizá se condensa en negras nubes. (Surco, 909).
Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto: si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar. Hay que convivir, hay que comprender, hay que disculpar, hay que ser fraternos; y, como aconsejaba San Juan de la Cruz, en todo momento hay que poner amor, donde no hay amor, para sacar amor, también en esas circunstancias aparentemente intrascendentes que nos brindan el trabajo profesional y las relaciones familiares y sociales. Por lo tanto, tú y yo aprovecharemos hasta las más banales oportunidades que se presenten a nuestro alrededor, para santificarlas, para santificarnos y para santificar a los que con nosotros comparten los mismos afanes cotidianos, sintiendo en nuestras vidas el peso dulce y sugestivo de la corredención. (Amigos de Dios, 9).
Saludos,
Departamento de Familia