Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado. (Surco, 795).

Hijos míos, hay que amar a Dios con el alma entera, con todo el corazón, con el cuerpo y con el alma. Insisto: ¡que no falte la gracia humana en la correspondencia a la gracia divina que recibimos! (Memoria del Beato Josemaría, 101, 1).

El corazón de la criatura, con la gracia de Dios, es capaz de amar una inmensidad. ¡Vale la pena ser fieles!: no olvidéis que nosotros somos enamorados; ¡no somos gentes sin amor! Si no metemos completamente a Dios en nuestras vidas, ¡enamorados!, no podemos tirar para adelante. No hagáis nada sin poner por lo menos una chispa de amor, ¡aunque cueste! (Memoria del Beato Josemaría, 102, 1).

Amar es… no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena… y a la vez propia. (Surco 797).

Hay corazones duros, pero nobles, que -al acercarse al calor del Corazón de Jesucristo- se derriten como el bronce en lágrimas de amor, de desagravio. ¡Se encienden! En cambio, los tibios tienen el corazón de barro, de carne miserable… y se resquebrajan. Son polvo. Dan pena. Di conmigo: ¡Jesús nuestro, lejos de nosotros la tibieza! ¡Tibios, no! (Forja, 490).

Alguno ha comparado el corazón a un molino, que se mueve por el viento del amor, de la pasión… Efectivamente, ese “molino” puede moler trigo, cebada, estiércol… —¡Depende de nosotros! (Surco, 811).

Cuando se ama de verdad, se da con alegría, sin llevar la cuenta y sin buscar agradecimiento: ¡es suficiente, entonces, para el alma, la oportunidad de gastarse gustosamente! No se piensa si ya se ha hecho mucho, o si cuesta: en el trato con Dios no se repara en los obstáculos porque, como en el amor humano, no hay dificultades ni defectos que impidan la conversación con la persona amada. (Memoria del Beato Josemaría, 52, 2).

No lo dudes: el corazón ha sido creado para amar. Metamos, pues, a Nuestro Señor Jesucristo en todos los amores nuestros. Si no, el corazón vacío se venga, y se llena de las bajezas más despreciables. (Surco 800).

A Dios hay que quererle con el corazón entero, entregado, sabiendo que el Señor se conforma con este pobre corazón nuestro si se lo damos de veras. (Memoria del Beato Josemaría, 106, 1).

Enamorados del Amor

Somos enamorados del Amor. Por eso, el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una cosa sin vida: ¡nos quiere impregnados de su cariño! (Forja 492).

El Señor no tenía un corazón seco, tenía un corazón de hondura infinita que sabía agradecer, que sabía amar. (Memoria del Beato Josemaría, 106, 3).

Jesús hará que tomes a todos los que tratas un cariño grande, que en nada empañará el que a Él le tienes. Al contrario: cuanto más quieras a Jesús, más gente cabrá en tu corazón. (Forja 876).

Mira: tenemos que amar a Dios no sólo con nuestro corazón, sino con el “Suyo”, y con el de toda la humanidad de todos los tiempos…: si no, nos quedaremos cortos para corresponder a su Amor. (Surco 809).

Somos gente comprometida por el amor. Por eso, hemos de vivir una fidelidad continua y siempre más exigente, también cuando debemos caminar a contrapelo. Nos movemos en la presencia del Señor: Él nos mira constantemente y ve nuestros deseos más íntimos, scrutans corda [«penetrando los corazones»]: nada de nuestra vida -así de grande es su predilección- le resulta desconocido.

Por eso os digo en tantas ocasiones que le deis el corazón entero, como justa correspondencia a sus desvelos. (Memoria del Beato Josemaría, 171, 3).

Si de verdad deseas que tu corazón reaccione de un modo seguro, yo te aconsejo que te metas en una Llaga del Señor: así le tratarás de cerca, te pegarás a Él, sentirás palpitar su Corazón…, y le seguirás en todo lo que te pida. (Forja 755).

Saludos,

Departamento de Familia