En el Evangelio se encuentra la respuesta: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed santos como es santo vuestro Padre celestial». (Evangelio de San Mateo. Capítulo 5, versículos 46-48).
Un santo es un luchador. San Josemaría Escrivá de Balaguer, proclamó desde los años treinta -con una fuerza inusitada- la llamada universal a la santidad, el mensaje de que el trabajo, la vida de familia y las relaciones sociales son caminos de santidad: “La meta que os propongo -mejor, la que nos señala Dios a todos- no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que pasa quasi in occulto por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día” (Amigos de Dios, 4).
“Santidad no significa exactamente otra cosa más que unión con Dios; a mayor intimidad con el Señor, más santidad” (Amar a la Iglesia, 22).
“Quizá alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad. Sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, Christus mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra -ésa que hemos de pretender- una santidad de segunda categoría, que no existe. Y el principal requisito que se nos pide -bien conforme a nuestra naturaleza-, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, sin reservarnos nada. En esto consiste la santidad” (Amigos de Dios, 6).
¿Quiénes pueden ser santos?
“La santidad es para todos y no sólo para unos cuantos privilegiados: no consiste en realizar unas gestas extraordinarias, sino en cumplir con amor los pequeños deberes de cada día. ¿Quieres de verdad ser santo? -se lee en Camino- Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces.” Y añade en el punto 817: La santidad “grande” está en cumplir los “deberes pequeños” de cada instante”.
“¡Cuántas cosas nuevas has descubierto! —Sin embargo, a veces eres un ingenuo, y piensas que has visto todo, que estás ya enterado de todo… Luego, tocas con tus manos la riqueza única e insondable de los tesoros del Señor, que siempre te mostrará ‘cosas nuevas’, si tú respondes con amor y delicadeza: y entonces comprendes que estás al principio del camino, porque la santidad consiste en la identificación con Dios, con ese Dios nuestro, que es infinito, inagotable” (Surco, 655).
Nos moriremos con defectos
“La santidad está en la lucha, en saber que tenemos defectos y en tratar heroicamente de evitarlos. La santidad –insisto- está en superar esos defectos…, pero nos moriremos con defectos: si no (…) seríamos unos soberbios” (Forja, 312).
“La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo -que viene a inhabitar en nuestras almas-, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante. Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo -no me cansaré de repetirlo- tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida” (Forja, 429).
“No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez” (Amigos de Dios, 131).
Sois un gran motor espiritual
“En mis conversaciones con tantos matrimonios, les insisto en que mientras vivan ellos y vivan también sus hijos, deben ayudarles a ser santos, sabiendo que en la tierra no seremos santos ninguno. No haremos más que luchar, luchar y luchar. —Y añado: vosotros, madres y padres cristianos, sois un gran motor espiritual, que manda a los vuestros, fortaleza de Dios para esa lucha, para vencer, para que sean santos. ¡No les defraudéis!” (Forja, 692).
Saludos,
Departamento de Familia