San Juan Pablo II, nos decía del Adviento, que “es sinónimo de esperanza: no es la espera vana de un dios sin rostro, sino la confianza concreta y cierta del regreso de Aquél que ya nos ha visitado, del «Esposo» que con su sangre ha sellado con la humanidad y pacto de eterna alianza. Es una esperanza que estimula la vigilancia, virtud característica de este singular tiempo litúrgico. Vigilancia en la oración, alentada por una expectativa amorosa; vigilancia en el dinamismo de la caridad concreta, consciente de que el Reino de Dios se acerca allí donde los hombres aprenden a vivir como hermanos”.
El Adviento nos invita a ver cara a cara a Jesús. Es un tiempo que nos llama a la conversión; a realizar actos de contrición frecuentes, y a vivir la santidad; porque el Señor nos ha llamado a todos a ser santos: “Sed perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto”. Es el momento en que nosotros revisamos cómo está nuestra vida, y nos tomamos en serio el hecho de responder a Dios, y agradecerle por lo que tenemos.
Dios nos da gracias especiales en este tiempo, para poder cumplir estos anhelos: analizar nuestras faltas, pedir perdón, y volver a empezar, hasta llegar a un verdadero cambio.
Ayer, con el primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico. La Iglesia vuelve a tomar su camino, y nos invita a pensar, de una manera más intensa, en el misterio de Cristo, que es siempre nuevo, y que el tiempo no lo puede cambiar. Cristo es el principio y el fin. Por Jesús, la humanidad camina como una peregrinación hacia el cumplimiento del Reino, que Él inició con su encarnación, y con su victoria sobre el pecado y la muerte.
Que logremos vivir con ilusión el Adviento.
Saludos,
Departamento de Familia