Desde mucho antes de nacer. Cuando nos enteramos de que vamos a ser padres, qué gran emoción sentimos. La ilusión desborda nuestros pensamientos, y el espíritu se llena de alegría.
Y esa emoción continúa, al escuchar los latidos cardíacos; cuando los vemos en la pantalla del eco, moviéndose, y el especialista nos va explicando las imágenes que estamos observando.
Y luego el nacimiento; los momentos previos; organizándonos para que todo salga bien. Sin descuidar los mínimos detalles. Ahora, comienza una nueva aventura. La de cuidarlos y formarlos bien… Toda una historia viene con ella o con él.
A los hijos debemos quererlos, con todo el corazón. Y rezar mucho por ellos. Pero mucho. No basta con una pequeña oración, porque son grandes los desafíos que ellos van a tener que enfrentar. De rodillas, de pie, o sentados, pero que sea una oración constante, sin distracciones, hablando con el Señor y recibiendo las mociones espirituales que Él nos hace escuchar, en lo profundo de nuestros corazones.
La situación es diferente, a la que nosotros vivíamos. Quizá había más tranquilidad, y menos artefactos tecnológicos. Se podía conversar más; se demostraba el cariño con abrazos reales, con besos sentidos; se paseaba más…
Bueno, pero debemos sacar provecho de este tiempo, que nos ofrece otras formas de amar. No descuidemos a nuestros hijos, cuando ya se están haciendo grandes. Es cuando más nos necesitan. A los hijos, nos los manda Dios. Nosotros somos administradores de su creación. Él es quien infunde el alma.
Llevémoslos en el corazón. Ahora que comienza un nuevo año, hagámonos el firme propósito de amarlos de verdad, con obras y no sólo con palabras; con gestos que se sientan, con una sonrisa permanente, apretándolos a nuestro cuerpo.
Que en este 2021, nos acerquemos más, a nuestra esposa…, y a nuestros hijos.
Saludos,
Departamento de Familia