Manuel, médico de profesión, es hijo de Manuel Nevado, el también doctor que enfermo de un carcinoma, fue curado por intercesión de San Josemaría Escrivá de Balaguer. De hecho, este milagro fue el que propició la canonización del entonces Beato, fundador del Opus Dei.
Sin embargo, Manuel (hijo) no sólo es que no creyese en los milagros pese a que había visto la curación de su padre, sino que era un ateo militante, que incluso negó la invitación que le hizo su padre para que acudieran a Roma a la canonización de San Josemaría.
En la sección Regreso a Ítaca, que publica la web del Opus Dei, Manuel explica cómo años después se convirtió. No hizo falta ningún milagro, pues no había creído en el pasado pese a haber sido testigo, sino que fue llevando a Misa a su padre enfermo, y allí notó como Dios fue penetrando en su corazón, hasta que tumbó su ateísmo militante.
Manuel recuerda el día en que su padre reunió a él y a sus hermanos para invitarles a la canonización. Sin embargo, no podía creer que el carcinoma de su padre fuera el milagro que aprobaría la Santa Sede.
La curación de su padre
Años antes, en plena enfermedad, nunca había prestado demasiada atención a su padre ni a su curación. “Yo conocía bien las manos de mi padre, daban pena. Tenía unas manchas negras, algunas muy adheridas a la piel, con una pinta muy fea. Él estaba preocupado porque le molestaban muchísimo, y había perdido movilidad y sensibilidad”.
Entonces, alguien les dio a sus padres una estampa de Josemaría Escrivá. Sus padres rezaron y el milagro se produjo.
A la vuelta de un congreso en Viena, su padre le enseñó las manos. Manuel cuenta que “habían cambiado de aspecto radicalmente: se reconocía donde habían estado las manchas, pero ya no había piel negra, ni dura, ni adherida”.
A partir de entonces, se empezó a estudiar el caso de su padre a fondo, hasta que se reconoció oficialmente. Pero para su hijo una cosa estaba clara: no era un milagro. Llegó entonces la fecha de la canonización. “Cuando mi padre insistió un poco más (en que asistiera), yo me enojé. Él me pidió que al menos dejara que fueran los niños y mi mujer, pero le dije que no estaba en nada de acuerdo con que fueran, y no insistió más. Fue a Roma toda la familia, mis tres hermanos con sus familias. Todos menos yo”.
Ateo militante
Ir a Roma era traicionar su ateísmo, que empezó a forjarse desde la adolescencia. Primero fue dejar de escuchar la Misa; luego no asistir…, hasta que rechazó a Dios. Cuenta Manuel qué, “como era médico y me creía científico, leía de todo y me influyó mucho el positivismo”.
La ciencia se había convertido para él en la herramienta que salvaría la humanidad, y por ese motivo, Dios no era necesario. “No es que fuera mala persona; simplemente creía que se podía construir un mundo maravilloso, sin Dios: sin guerras, donde la gente fuera solidaria… Pensaba que la Iglesia era perniciosa y también, que era imposible conciliar la fe y la ciencia”, confiesa.
Pero, además, pretendía contagiar este ateísmo. Gracias a Internet, recuerda Manuel, se convirtió en militante: “me dedicaba a intervenir en foros de religión -que eran como la versión primitiva de Facebook- por entretenerme. Tenía una gran afición a escribir cosas contra Dios y contra la Iglesia y tenía bastantes seguidores, gente a la que le parecía muy bien lo que yo decía”.
A misa, pero no para creer
En 2004, dos años después de la canonización, al padre de Manuel le diagnosticaron una enfermedad grave de la sangre, Mielodisplasia. Cada semana empezó a recibir un tratamiento en el hospital donde él trabajaba. Sus padres viajaban cada domingo desde Badajoz, y se quedaban en su casa hasta el día siguiente.
Como siempre habían hecho, sus padres iban a Misa. “Al principio iban ellos solos, pero empezó a preocuparnos que se pusieran malos o que les pasara algo, porque además mi madre estaba prácticamente ciega”.
Fue así como Manuel y su esposa empezaron a acompañar a Misa a sus padres. Y aunque podían esperar fuera, decidieron entrar a la iglesia. Después de varios meses haciendo esto, Manuel empezó también a escuchar al sacerdote. “Este tío tiene buen método, porque primero lee el Evangelio y luego lo explica”, pensaba él.
“Salía como consolado”
Otro domingo empezó a pensar que lo que se decía en Misa era interesante, y que se podía aplicar a la vida. Lo empezó a ver como consejos. Además, notó algo muy extraño: “No sabía por qué, pero solía entrar en Misa angustiado por mi padre y salía como consolado; una cosa un poco rara”.
Pasado un tiempo llegó a la conclusión de que “era tonto por seguir ahí sentado sin hacer nada”. Y decidió que quería volver a ser cristiano, poder comulgar, confesarse… Habían pasado 4 años desde que empezó a ir a Misa con sus padres.
Tocaba comunicárselo a su mujer. Manuel recuerda que “llevábamos un año yendo a Misa juntos, pero nunca habíamos hablado del tema. A mí me daba vergüenza, pero resultó que ella pensaba exactamente lo mismo, y no sabía cómo decírmelo”.
“Conviértete y cree en el Evangelio”
Una vez tomada esta decisión, buscaron juntos un sacerdote con el que pudieran confesarse. Les puso como penitencia ir a Misa y comulgar al día siguiente, que era Miércoles de Ceniza. Al cumplirla, Manuel afirma haber sentido un cosquilleo en la nuca cuando oyó después de tantos años: “conviértete y cree en el Evangelio”.
“Puedo recordar perfectamente cuando era ateo, porque ha sido hace nada. Ahora tengo un consuelo perpetuo, algo a lo que recurrir todos los días. Se vive de otra forma, pero no es fácil de expresar. Si alguien me pidiera que valorara la diferencia de mi vida de antes y la de ahora del 1 al 10, le pondría un 1.000, pero no puedo explicar exactamente en qué. Más bien en todo”. (J. Lozano | Fuente: Religión en Libertad).
Saludos,
Departamento de Familia