Serenidad. ¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato…, y te has de desenfadar al fin? (Camino, 8).
Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios. (Camino, 9).
No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. -Espera al día siguiente, o más tiempo aún. -Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. -Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. -Modera tu genio. (Camino, 10).
Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas –a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos– no salen a tu gusto… Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan. (Surco, 860).
Siendo para bien del prójimo, no te calles, pero habla de modo amable, sin destemplanza ni enfado. (Forja, 960).
Saludos,
Departamento de Familia