Francisco, un papa que vino para mover al mundo y ponerlo, por el Evangelio, “de cabeza”. Nos asombró desde el comienzo con su origen, sus gestos y sus palabras. Un Obispo de Roma que pedía a su pueblo que orase por él. Un Vicario de Cristo que sale a las calles -como lo hacían sus queridos predecesores- y el mismo Pedro. Un papa latino, el primer sudamericano de la historia, que puede ser tan impredecible, moderno y a su vez profundamente coherente, al igual que otros grandes como Juan Pablo II y Juan XXIII, canonizados bajo su pontificado.
Jorge Mario Bergoglio, sacerdote y superior jesuita, y luego Arzobispo Cardenal de Buenos Aires, salió “desde el fin del mundo”, como él mismo lo dijo el día de su elección, y desde ese momento ha ido en busca de quienes permanecen en las periferias de nuestro mundo, olvidados, marginados y perseguidos. Nos ha llamado a salir a esas periferias numerosas veces, a no olvidar a los marginados por la sociedad consumista y a la “cultura del descarte”, en fin, a “hacer lío”. Habla en un lenguaje claro, sencillo, llegando a las masas de fieles ansiosas en los tiempos turbulentos que vivimos y, más allá, hacia muchos ajenos a la Iglesia. No rechaza a nadie, no juzga a las personas, pero enseña con autoridad y corrige con fuerza. Sus palabras han causado a veces controversia, pero no es de sorprendernos; muchos quieren -al igual que a sus predecesores- usarlo o desprestigiarlo. Pero Francisco advierte de aquello y aun así no se cansa, sigue en el diálogo y la evangelización, aún cuando parece que no lo queremos escuchar.
A pesar de todo, sus palabras resuenan por todos los rincones, su imagen cubre portadas, pero lo más importante: su mensaje, que en realidad es de Cristo, alcanza los corazones. Y en ese esfuerzo va hacia la juventud, la gana para el Señor. Todos vimos cómo llenó con millones de jóvenes las playas de Copacabana (Brasil) durante la Jornada Mundial de la Juventud, al igual que convocó grandes masas del otro lado del mundo (en Corea y Filipinas), y también hace poco en nuestro país. Es, sin duda y de nuevo comparándolo con sus antecesores, un líder y un personaje mediático que a la vez es humilde. Y como ellos también, es un diplomático y un mensajero de la paz; uno que logró reunir a los líderes de Israel y Palestina en Roma; uno que logró que en un acto de gran importancia simbólica, China le conceda el paso por su espacio aéreo; uno que calmó por varios días las protestas en Ecuador con su visita. Pero también uno que habla de las verdades incómodas, como cuando condenó el controversial genocidio armenio a manos otomanas hace ya un siglo. Su voz parece vencer toda barrera.
Un papa que rompe barreras y sin duda, como otros hombres y mujeres de la Iglesia, lleva la fe a cada ámbito. Recientemente publicó su carta encíclica “Laudato Si”, un particular llamado a rescatar “nuestra casa común” y de nuevo, proteger a los marginados. Inspirado en san Francisco de Asís, sus predecesores desde el beato Pablo VI, las Escrituras y argumentando desde la ciencia y la realidad social, abarcó de todo, pero con especial atención a la ecología dentro del marco de la fe. Llamó a enfrentar el cambio climático y abordó de frente sus causas y efectos ambientales y sociales, nuestra dependencia a la tecnología sin distinguir lo bueno y lo malo y la limitada visión que llama al control de la natalidad desde el neomaltusianismo (una teoría demográfica, social y poblacional que considera el exceso de población de las clases pobres u obreras como un problema para su calidad de vida), entre muchas otras cosas. El impacto de la encíclica fue tal, que desde Greenpeace hasta los grandes medios seculares la abrazaron (cabe decir que en partes) y la promovieron y comentaron intensamente.
Por todo esto, parece un papa distinto al resto en todo, que corta la línea, que trae cosas completamente nuevas, pero en realidad nos ha hablado lo que desde los primeros tiempos de la Iglesia se nos dice. Francisco es un papa que nos recuerda íntimamente el pasado, nos muestra valientemente el presente y nos invita fervientemente a crear un mejor futuro basado en valores como el amor, la paz, la justicia y la verdad. Por eso es “el papa de todos”, en una tierra que clama a gritos entre la destrucción, la decadencia y la indiferencia. Por eso, Francisco es un papa que marcará la historia.
Por César E. Febres-Cordero Loyola
2do de Bachillerato
Club de Periodismo y Debate