Hemos sido testigos del momento más grande de la historia: La Pasión y Resurrección de Jesús. Me imagino que sus corazones se llenaron de un sinnúmero de emociones; y quizá no sea fácil llegar a comprender lo que realmente pasó, pero podríamos decir que, así como en la Creación el Padre se desbordó en infinito amor, ahora el Hijo, nos redime con el mismo amor infinito de un Dios que es amor. Hemos sido creados y redimidos por amor.
Ahora, Jesús nos pide que amemos como Él nos amó. ¿Será posible amar así? En ocasiones, nuestro amor se enfría, nos llenamos de miedos e inquietudes por las preocupaciones del mundo, perdemos la esperanza y pensamos que, por nuestras miserias, jamás alcanzaremos a responder a Dios como Él espera.
El episodio de la vida de Pedro, cuando traicionó a Jesús negándolo, es una muestra de lo que el amor puede hacer en nosotros. Pedro reconoce su infinita fragilidad, mira a Jesús y se llena de esperanza. No es el fin, es el comienzo de una vida en verdadera comunión con Dios.
La desesperanza nos hace perder ese deseo y generosidad para amar, sin embargo, si confiamos en que la gracia divina puede obrar en nosotros, nuestra esperanza se reanima. Mientras hay esperanza, el amor crece, pero si se extingue, nuestro amor se enfría.
El Espíritu Santo, nos ayudará a abrir nuestros corazones, nos revelará la belleza del misterio del amor de Jesús y nos impulsará a seguirlo. Su vida es la mejor prueba de su amor y nuestra confianza es nuestra respuesta.
Saludos,
Departamento de Familia