Día de la madre, a la luz de un santo

La palabra “madre” en cualquier idioma o dialecto de la tierra, siempre suena dulce y profunda. Y en todas las partes del mundo, la figura de la madre es símbolo de la capacidad de entrega y de virtud. Las madres no son todas iguales, pero sí todas, por el hecho de serlo, son buenos ejemplos.

En el día de la madre resuenan de modo especial las palabras que escuché hace unos años directamente de un santo. Un santo con quien tuve la oportunidad de dialogar en la Argentina, en 1974. Un santo que habló con mucha fuerza a las madres -yo por ese entonces empezaba a estar de novia- y hasta les dio varios consejos prácticos. Se trata de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. He tratado de realizar en mi vida ese ideal del que nos hablaba: crear un hogar “luminoso y alegre”. “Espero que en vuestro hogar -decía san Josemaría- seáis sembradoras de alegría; que no se note que lleváis encima las penas de todos y que, en cambio, les deis mucha alegría; no sólo a vuestro marido y a vuestros hijos, sino a todas las personas que tenéis alrededor. Vosotras sois muy sacrificadas”.

Antes de formar una familia, comencé a trabajar por una cultura de la vida, participando en diversas iniciativas en favor de la mujer y, especialmente, de las madres. Y ahora, a la vuelta de los años, puedo decir con certeza que la necesidad de crecer en familia es algo muy importante. Lo veo en la mirada de cada chiquito que entra y sale de la asociación para niños en riesgo, donde trabajo desde 1995.

Mis amigos suelen preguntarme: “¿Cómo hacés compatible tu trabajo profesional -soy Licenciada en Sistemas operativos- con tu trabajo en el hogar y en la Asociación? Y nuevamente es en las enseñanzas de San Josemaría donde encuentro siempre el sentido a lo que hago y la fortaleza para darme y llegar a más. En Camino, uno de sus libros que recorrió por cierto el mundo entero, hallo siempre la palabra de aliento. Dice San Josemaría allí: “(…) Estas crisis mundiales son crisis de santos”; y enfocar la vida de esta manera lleva a ver cada día con esperanza. Si yo, madre de familia, con todos mis defectos y cariños, puedo ser santa -sí ¡santa!-; si lucho cada día por vivir cara a Dios, con el mismo corazón que quiero a mi marido y a mis ocho hijos y a todos esos niños que pasan por la Asociación, es posible que el mundo cambie un poquito. “Tienes obligación de santificarte. -Tú también. -¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes y religiosos? A todos, sin excepción, dijo el Señor: Sed perfectos, como mi Padre Celestial es perfecto”.

La visión de San Josemaría acerca del amor humano limpio, no podía ser más positiva: enseñó que el matrimonio es también una vocación cristiana, “un camino divino” para llegar a la santidad. Por eso, cuando le preguntaron en la Argentina por qué lo bendecía “con las dos manos” -ya que usaba esta expresión con frecuencia-, San Josemaría respondió: “Porque no tengo cuatro…”.

También aprendí de él a saber multiplicar el tiempo. Soy una madre como muchas otras con muy poca ayuda en casa -la del resto de mi familia- pero de a poco fui entendiendo cómo hacer compatible mis tareas “externas” con este trabajo tan gratificante de la casa. “Como ya he dicho, buena parte de las limitaciones se pueden superar, si verdaderamente se quiere, sin dejar de cumplir ningún deber. En realidad, hay tiempo para hacer muchas cosas: para llevar el hogar con sentido profesional, para darse continuamente a los demás, para mejorar la propia cultura y para enriquecer la de otros, para realizar tantas tareas eficaces.”

En Argentina le oí decir con fuerza: “¿Quién con más delicadeza que la madre?, ¿quién con más corazón?, ¿quién con más simpatía y espíritu de sacrificio?, ¿quién sabe amar más que la madre?”. Ser madre es un regalo muy grande. La ilusión de tener un hijo mueve montañas, si fuera necesario. A todas, por eso, ¡Feliz Día!, a la luz de las palabras de un santo. Victoria Aguirre de Acosta. Asociación Familias de Esperanza.

Saludos,

Departamento de Familia