¿Existe la alegría perfecta?

Muchas veces, la palabra “perfecta” puede hacernos pensar que es inalcanzable. Sin embargo, aunque es una meta difícil, la verdadera alegría sí es posible. Generalmente, asociamos la alegría con bienestar, satisfacción o placer. Si nos quedamos con esta idea, podríamos llegar a pensar que, la alegría perfecta, solo existe en esos momentos. Sin embargo, cuando aparecen en nuestra vida episodios de dolor y sufrimiento —algunos provocados por nosotros mismos y otros que llegan sin buscarlo— se oscurece la esperanza de alcanzarla.

La cruz y la alegría no son incompatibles. No todo nos sale como queremos, no poseemos todo lo que anhelamos, no somos como quisiéramos ser. Nos equivocamos, somos débiles y le fallamos a los demás. A pesar de todo eso, podemos vivir una alegría verdadera.  Solo necesitamos aceptarnos como somos, aceptar la realidad que nos toca vivir y abrazar nuestra cruz.

Entonces, ¿existe la alegría perfecta? Si dudábamos de que sea posible, quizá cambiemos de opinión si lo meditamos un poco. Para descubrir si esa emoción es verdadera, preguntémonos: ¿Cuándo hemos sido más felices?

Nuestro corazón se llena de alegría, cuando logramos desprendernos de lo que nos gusta, e incluso de lo que necesitamos, si vemos que eso es para el bien de otros. Por eso, el sacrificio que hacemos por nuestros seres queridos y los actos de bondad que realizamos por quienes nos rodean es tan gratificante. Nos sentimos felices cuando cedemos, renunciamos, o dejamos a un lado nuestro dolor y dificultades para pensar en los demás. También, cuando nos desconectamos del trabajo o del celular para tener momentos de conexión auténtica con nuestro cónyuge o nuestros hijos. Todo eso nos trae felicidad. Curiosamente, estas acciones no siempre son tan placenteras como las que a veces buscamos.

Si nos unimos a Cristo, ofreciendo todos los momentos difíciles de nuestra vida, encontraremos esa alegría que nadie podrá arrebatarnos. Podemos ser felices incluso en medio del caos de este mundo, siempre que nuestro corazón descanse en Dios.

Departamento de Familia