¿Por qué nos cuesta tanto rezar? Si necesitamos de Dios, ¿por qué no es la oración una prioridad en nuestra vida? Nuestra agenda está siempre llena: actividades familiares, de amigos, de trabajo; y corremos de un lugar a otro, tratando de cumplir con todo y de hacerlo bien.
En medio de esa carrera, aparecen el agobio, el estrés, el cansancio. No nos alcanzan las fuerzas para hacerlo todo y hacerlo bien, y mucho menos para disfrutar y estar presentes en todo lo que hacemos.
Con tantas cosas por hacer, nos faltan horas en el día para terminar y cumplir con todas nuestras obligaciones. Podemos llegar a pensar que, incluso, rezar es una pérdida de tiempo. Pero no es así: la oración es el tiempo mejor invertido.
A veces no entendemos por qué nos cuesta ser amables, perdonar, escuchar sin juzgar; por qué nos dejamos llevar por la pereza, la gula, la ira… Si en realidad no queremos ser así. Pero actuamos mal, lastimamos a otros, y perdemos la oportunidad de hacer todo el bien que está en nuestras manos.
El enemigo de nuestra alma sabe el poder que tiene la oración, y por eso nos distrae, nos llena de ruido y nos hace perder la perspectiva de lo que realmente debe ser nuestra prioridad. Hace lo posible por alejarnos de ella.
La oración nos conecta con Dios. No son solo palabras repetidas por costumbre, es intimidad con Él: estar a solas, mirarnos, escucharnos, confiarnos todo lo que llevamos en el corazón. Es envolver nuestra vida entera en su presencia, y ponerle a todo lo que hacemos ese toque divino. Es un pequeño adelanto de lo que será vivir para siempre a su lado.
Como todas las cosas, la oración, se aprende orando. Dios lo hace todo tan sencillo. Él no se complica, nos entiende mejor que nosotros mismos. No necesitamos de palabras rebuscadas, solo un corazón dispuesto a encontrarse con Él, a escucharlo y obedecerlo.
La oración nos llena de paz, incluso en las tormentas de la vida, nos fortalece para resistir en los momentos difíciles, nos da la sabiduría necesaria para decidir correctamente. Cuando oramos, el amor brota de nuestro corazón y nos llena de esa alegría interior que es luz en medio de tanta oscuridad.
Cada día tiene su propia batalla, y la oración no las evita, pero sí nos da la fuerza para vencerlas.
Departamento de Familia