Dios nos ama como somos, y nos ama tanto que no quiere dejarnos igual. Así como el jardinero cuida y poda su jardín, también Dios lo hace con nosotros.
Dios nos invita a cambiar, a dejar ese “yo viejo” por uno transformado a su imagen. Quiere que demos un salto del egoísmo al amor, del miedo a la confianza, de la queja a la gratitud, de la dureza al perdón y de la tibieza a la pasión por Él. Nos llama a pensar más en los demás, a entregarle nuestras preocupaciones, a ver el bien en todo, a soltar resentimientos y a renovar nuestra fe.
En este cambio no estamos solos, Él nos ayuda, nos acompaña y nos da fuerza y sabiduría para discernir lo que debemos mejorar. A través de su Palabra, de las circunstancias de la vida y de un buen consejo, Él nos habla, nos muestra el camino. Nosotros solo debemos mantenernos despiertos y abrir nuestro corazón, revisando en nuestra vida todo aquello que nos hace salirnos del camino: indiferencias, faltas de consideración, malos juicios, dejar de hacer el bien por pereza o desidia, gestos hirientes o palabras desagradables. Es importante detectar dónde está nuestra mayor debilidad y, de la mano de Dios, emprender el camino hacia la santidad, la conversión y un nuevo nacimiento.
Dar la vuelta a la página y empezar una nueva historia es una oportunidad que Dios nos da, que nace de su Corazón misericordioso, un Corazón que nos ama con locura. Cuando decidimos iniciar un camino nuevo, la vida adquiere un color diferente: descubrimos que tenemos mucho que dar, que nunca estaremos solos, que siempre se puede volver y que lucharemos cada instante para no perder la vida que Dios nos ofrece y que tiene preparada para nosotros.
Escuchemos a Dios en el silencio de la oración para oír lo que él nos pide. Seamos honestos en lo que debemos mejorar; actuemos paso a paso, aunque sean pequeños, y no nos rindamos, pues Dios mira con ternura y agrado a los corazones que siguen intentando.
Intercambiemos nuestro corazón con Jesús. Entreguémosle el nuestro para que, en su taller de santidad, lo transforme; y mientras tanto, esforcémonos para amar con el suyo, ayudados de la oración y de los sacramentos, verdadero alimento de vida eterna.