Mantenernos firmes no significa no tener miedo. La valentía que nos pide Jesús — de perseverar y avanzar, aunque las piernas nos tiemblen— radica en la certeza de que Dios cumple sus promesas. Esa firmeza nace de saber en quién confiamos y qué es lo que esperamos.
Mantenernos firmes implica ser fiel en lo pequeño. La firmeza no se improvisa; se construye día a día, cuando somos constantes en la oración, los sacramentos y el servicio.
Mantenernos firmes significa elegir amar hasta que duela, aunque no seamos correspondidos e incluso si somos perseguidos con burlas e indiferencia.
Mantenernos firmes es también no perder la esperanza: buscar incansablemente lo que Dios quiere de nosotros, permanecer abiertos a sus mociones y atentos a sus susurros. Su amor no falla y no nos abandona en la batalla.
Dios llenará nuestra boca de palabras de sabiduría para defendernos del adversario. Nos impulsará con su amor a buscar el bien de los demás, a perdonar y a compartir. No seamos simples espectadores; alcemos la mirada y confiemos plenamente en su amor. Solo así alcanzaremos la verdadera victoria.
Departamento de Familia