Vivir pensando en el Cielo no es huir del mundo, sino aprender a vivir bien en él. Vivir con la mirada puesta en el Cielo cambia nuestra vida en la tierra: nos hace buscar el bien, la paz, el amor y el perdón con más profundidad. Cada acto de amor, de servicio y de perdón es un anticipo del Cielo.
La misericordia es el atributo más grande de Dios. Jesús le dijo a Santa Faustina: “Ves, esas almas que se parecen a Mí en el sufrimiento y en el desprecio, también se parecerán a Mí en la gloria…” “Deseo, la salvación de las almas; ayúdame, Hija Mía, a salvar las almas. Une tus sufrimientos a Mi Pasión y ofrécelos al Padre Celestial por los pecadores”.
El Cielo es la meta, y todo lo que hagamos mientras vamos peregrinando en este mundo, nos acercará o nos alejará de ella. Nuestra vida en la tierra es el tiempo de la elección y Dios quiere que todas las almas se salven. La misericordia de Dios no termina con la muerte, sino que su amor sigue obrando en las almas. El purgatorio es el lugar donde el amor divino completa lo que la conversión humana comenzó.
Cada día es una oportunidad para preparar nuestro corazón. Dejemos que Dios lo purifique, para que, cuando llegue el momento, seamos felices eternamente en el Cielo.
Departamento de Familia