A menudo subestimamos el poder de la fe genuina. No una fe ciega, sino una llena de vida y esperanza; una que cree en la luz del nuevo día y en que el amor lo puede todo.
En la vida hay situaciones difíciles de sobrellevar: que duelen, que preocupan, que inquietan. A través de la fe, Dios transforma el sufrimiento y las dificultades en fuentes de gracia.
Tener fe no significa quedarnos esperando, con los brazos cruzados, que suceda un milagro. La fe es acción; es avanzar con la confianza de que Dios proveerá. Es creer, con el corazón y con nuestras obras, que Dios es Padre, que guía nuestra vida y que nada sucede fuera de su amor y sabiduría.
La fe vivida de esta manera da muchos frutos: nos da paz interior, nos hace agradecidos y nos fortalece, pues la confianza en Dios da sentido y sostiene.
Pidámosle a Dios que aumente nuestra fe; que, aunque no comprendamos todavía por qué las cosas pasan de una u otra manera, no perdamos la confianza en que Dios nos ama y que todo será para bien.
Departamento de Familia