El día de Todos los Santos es una fiesta que la Iglesia ha instituido para reconocer a todos aquellos que decidieron, en su vida terrena, imitar y seguir a Jesús, reconociendo sus debilidades, pero siempre abiertos a la gracia de Dios.
Hay santos conocidos y muchos otros de quienes no sabemos nada, pero todos tuvieron algo en común: sintieron el llamado a la santidad que Jesús nos hace a todos y se lo tomaron en serio.
Los santos de todas las épocas, llevaron vidas muy parecidas a las nuestras, con sus luchas, con sus debilidades, y también con las mismas fortalezas que vienen de la gracia de Dios, dejando huellas imborrables que han servido de motivación y ejemplo para todos nosotros.
San Agustín, uno de los Padres de la Iglesia, decía: “Ama y haz lo que quieras”. Él sabía muy bien que cuando se ama a Dios sólo se hará lo que le agrada. Santa Teresa de Calcuta, que durante muchos años vivió una prolongada época de sequedad y oscuridad espiritual, todas las mañanas asistía a Misa y comulgaba, para que todo lo que hiciera en el día fuera obra de Jesús, sosteniéndose en Él a pesar de que el sentimiento no la acompañaba.
El secreto de los santos radica en su deseo de amar verdaderamente a Dios y, por lo tanto, de cumplir siempre su voluntad, haciendo todo lo que a Él le agrada. Pero ese amor y ese deseo no nacen de la nada, nacen de la amistad profunda con Dios, que surge de la oración, la Eucaristía y escuchar y anunciar su Palabra.
Son muchos los que ahora gozan de la herencia del cielo y se unen a Jesús en ese deseo de que todos, los que aún peregrinamos en esta tierra, vayamos a ese lugar que nos tiene preparado. Por eso podemos acudir a ellos y pedirles que intercedan por nosotros.
Pidámosle a nuestra Madre del Cielo que nos ayude a crecer en santidad, y convertir cada instante de nuestras vidas en una oportunidad de amar más a Jesús, de imitarlo y seguirlo hasta el final, para que un día podamos alcanzar los gozos eternos.
Saludos,
Departamento de Familia