Todos pasamos algunas veces por períodos oscuros. Momentos en que el sufrimiento -expresado de muchas maneras-, parece quedarse en nuestro espíritu. Y llega inesperadamente; dándole un giro a nuestra existencia; cerrándonos la puerta, para que no veamos la luz del amanecer.
Hay puertas cerradas para el ser humano que está en el vientre, y a quien su madre no lo quiere tener. Puertas cerradas para la familia, a quien ahora se la trata de hacer a un lado, para sembrar ideologías, que confunden a nuestros hijos. Puertas cerradas para que no salgamos a impedir que personas desalmadas, vengan por nuestros hijos a destruir su sexualidad, dañando su cuerpo y su mente. Puertas cerradas, para que no protestemos por leyes que pretenden que niños y adolescentes puedan cambiar su apariencia masculina por femenina, o femenina por masculina, sin que sus padres intervengan para impedir esto. Puertas cerradas para las personas ancianas, a quienes ahora se las quiere considerar como enfermas, sólo por el hecho de ser ancianas, camuflando el verdadero propósito de aplicarles la eutanasia.
Nuestra sociedad está pasando por una gran noche. Somos nosotros, sólo nosotros, quienes estamos llamados a ser faros del mundo, contribuyendo con todo lo que podamos aportar, para que el ser humano pase muy pronto, de la oscuridad a la luz.
De la mano de María, saldremos de estas tinieblas. “Me has librado con tu amor y tu luz me seguirá guiando, entre páramos y lodazales, riscos y torrentes, hasta que la noche huya y amanezca de nuevo” (J.H. Newman).
Saludos,
Departamento de Familia