Amigos…

… Que nunca fallan. Son nuestros Ángeles Custodios, o Ángeles de la Guarda. El Señor los ha puesto junto a cada uno de nosotros, para que nos protejan y nos ayuden, durante nuestra vida terrena, a brindar nuestro amor incondicional a Dios, para llevarnos al Cielo cuando Él nos llame.

No es una tarea fácil la que llevan estos seres celestiales. Porque ante todo, tienen que contar con nosotros. No podemos salvarnos, si nosotros no lo queremos. Y por eso es que tenemos que recurrir a ellos, cuando tengamos tentaciones fuertes, o estemos ante un peligro inminente.

Ayer celebramos a los Árcangeles Miguel, Gabriel y Rafael, y el 2 de octubre, honraremos a los santos Ángeles Custodios. En estos días, podemos intensificar nuestra devoción a estos espíritus puros, que fueron fieles al Señor, a la hora de pronunciar el: ¡Sí, te serviremos!, que el demonio y los ángeles caídos no lo hicieron, cuando Dios les puso la prueba definitiva para que entren al Cielo.

Recordemos la oración que nos enseñaron nuestros padres, o la que aprendimos en el Colegio, cuando aún éramos pequeños, y que tanto nos ha servido, a lo largo de nuestra vida, cuando la rezamos con devoción: ¡Ángel de mi Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día; no me dejes solo, que me perdería!

El Catecismo nos recuerda la doctrina del Ángel Custodio. Desde la infancia hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia, y de su intercesión. “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida” (S. Basilio, Eun. 3, 1).

Tengamos presente a este gran amigo espiritual; invoquémosle a menudo. Nos hará sentir su presencia y su gran protección.

Saludos,  

Departamento de Familia