¡Ay, de vosotros!

Puede parecernos un poco amenazante esta expresión.  Quizá eso depende de quién lo diga, pero en todo caso, siempre nos sonará como una advertencia que no deberíamos pasar por alto. Los padres, maestros y personas que somos responsables de otros, la hemos usado alguna vez, como una forma de lograr hacer reconocer nuestra autoridad y de recordarles que sus actos tienen consecuencias.

Jesús también la dijo, y con ella reflejaba todo el dolor que sentía al ver el corazón tan duro, de quienes deberían ser los guías del pueblo. Les hablaba con claridad, no buscaba humillarlos, quería darles su luz y fuerza, pues deseaba ardientemente que cambien de vida, que reconozcan la belleza del amor de Dios para que sean capaces de transmitir ese amor a los demás.

No seamos como los fariseos, que solo querían aparentar, pero su corazón estaba muy lejos de Dios. Con nuestro ejemplo, siendo íntegros, viviendo con coherencia podemos llevar el amor de Dios a más almas.  Miremos dentro de nuestro corazón, allí está la fuerza que vence nuestra debilidad, allí está la luz que nos dice cuál es el camino, allí está el amor que vence nuestro egoísmo e indiferencia.

Empecemos por los que están cerca de nosotros. ¡Ay de nosotros! si callamos, si miramos a otro lado, o si viendo, no hacemos nada. Nuestra lucha por la santidad, atraerá a otros corazones hacia Dios, no olvidemos que somos responsables de los demás.

Departamento de Familia