En tiempo del rey Herodes, unos magos siguiendo una estrella, llegaron a adorar a Jesús. El camino fue largo y seguro no fue fácil, pero eso no importó, porque iban llenos de ilusión por ver al Rey. Deseaban con todo su corazón encontrarlo. Me pregunto si nunca perdieron de vista la estrella. No lo sabemos. Quizá en algún momento las nubes taparon su luz, pero la estrella nunca se apagó. La luz que nos lleva a Jesús siempre está, pero ¿cómo está nuestra ilusión por encontrarla?
Su luz está más cerca de lo que nos imaginamos. ¿Cuántas personas o situaciones han servido para llevarnos a Dios? Esas son nuestras estrellas. Las que Dios nos da para atraernos hacia Él. Cuántas veces las palabras de un amigo, el consejo de nuestros padres, la guía de un director espiritual, son voces de Dios.
Cuando los reyes magos llegaron hasta Jesús, no volvieron por el mismo camino, Dios cambio su ruta, porque cuando nos encontramos con Él, el camino es distinto. Preguntémonos: ¿De qué nos sirve ir donde el médico si no tomamos las medicinas, o pedir un consejo si vamos a seguir haciendo lo de siempre? Las cosas cambian, las vidas se direccionan, las ilusiones crecen.
Saber lo que tenemos que hacer no es suficiente, es sólo el comienzo. Los reyes vieron la estrella y sabían que los guiaría, pero era necesario su decisión de seguirla. Levantémonos, pongámonos en camino, ilusionémonos con las cosas de Dios, dejémonos guiar hacia Él, y entreguémosle lo mejor de nosotros. No nos quedemos en buenas intenciones. Que no nos pase lo que dice un viejo epitafio: “Aquí yace Don Pancracio, siempre a punto de…, pero de hacer lo que es de hacer, nadie lo ha podido ver”.
Saludos,
Departamento de Familia