Podríamos asegurar que todo lo que hacemos, tiene como finalidad, encontrar la felicidad. Fuimos creados para ser felices, y nuestras decisiones van siempre encaminadas a alcanzarla. Pero, ¿por qué muchas veces nos parece que nos alejamos de ella? ¿De qué depende que unos sean felices y otros no?
Quizá porque buscamos la felicidad fuera de nosotros, en las cosas del mundo. Por este motivo, trabajamos para tener más y más, nos desesperamos por darles a nuestros hijos más de lo que necesitan, y nos contentamos con verlos felices por un momento, mientras les dura la emoción por el regalo recibido, o el tiempo que dura la fiesta o las vacaciones.
Formar la conciencia de nuestros hijos es nuestra misión como padres, eso los ayudará a diferenciar adecuadamente el bien del mal, los valores absolutos de los relativos y reconocer lo que solo les da una felicidad pasajera y que el mundo con mucha astucia les ofrece.
Somos felices cuando aprendemos a valorar lo que tenemos, cuando nos esforzamos por dar lo mejor de nosotros, cuando nos levantamos después de un fracaso, cuando aceptamos a los demás como son y buscamos su bien. Sobre todo, cuando confiamos en Dios.
En este tiempo en que el trigo y la cizaña están más mezclados que nunca, a nuestros hijos les costará mucho tomar decisiones correctas, y necesitarán que nosotros estemos más atentos, que seamos sus guías, que les exijamos con cariño. La felicidad se va construyendo día a día, es una forma de vivir y es compatible con el cansancio y el dolor.
Dios desea nuestra felicidad y es el único que nos puede dar esa plenitud que tanto ansiamos. Pero aquí en la tierra, si vivimos conforme a sus planes, podemos ir adelantando algo de esa felicidad que nos espera en el Cielo. San Josemaría afirma: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra.
Saludos,
Departamento de Familia