Cuesta mucho comprender en qué consiste la afirmación: cuanto más das, más tienes. Quizá lo más lógico – humanamente hablando- es pensar, que cuando damos, perdemos. El temor a perderlo todo nos paraliza y nos lleva siempre a reservarnos algo, porque nuestra seguridad está puesta en el dinero, en la alacena llena, en el tiempo que queremos para hacer lo que nos gusta, en las cosas que guardamos, incluso recuerdos; en fin, todo no me atrevo a entregar.
Algunos en cambio, podríamos pensar que no tenemos nada que dar, y eso demuestra que nos conocemos muy poco, menospreciamos los dones que Dios nos dio. Pero, no se necesita tener grandes talentos para dar lo mejor de nosotros, pues con lo “poco” que podamos tener, podemos dar TODO.
Quizá la persona a la que le dedicábamos nuestro tiempo y cuidado ya no esté con nosotros, pero si miramos atentos a nuestro alrededor, encontraremos a otras que están esperando por nosotros.
La consigna es dar y dar sin miedo. Cuando damos, somos testimonio del amor de Dios por los hombres. Lo que Dios nos pide, ya nos lo dio Él primero, y aunque a veces nos pide cosas que parecen imposibles de dar, si confiamos en Él, aunque tengamos miedo, podremos abrir nuestro corazón a sus deseos. Él pone a prueba nuestro amor, Él quiere ser el número uno en nuestra vida.
Que nuestra vida no sea una vida inútil. Seamos fieles y generosos con nuestros talentos, pongamos al servicio de los demás esos dones recibidos, nos los guardemos por pereza o egoísmo. Entreguemos cada día lo mejor de nosotros. Dios nos pide nuestra vida entera, nuestro tiempo, nuestro corazón. Preguntémonos cada día: ¿Hoy cómo serviré?.
Saludos,
Departamento de Familia