Esperar no es fácil y no nos agrada; a algunos les pone de mal humor, a otros les desanima y pierden la paciencia, mientras que otros buscan un sustituto, o quizá piensan que nunca quisieron alcanzarlo. En fin, esperar no nos gusta; sin embargo, es importante saber esperar, y más aún, saber qué es lo que esperamos, y en dónde ponemos nuestras esperanzas.
Esperamos que las cosas en nuestro país mejoren; que nuestros amigos y familiares enfermos se curen; que nuestros hijos sean personas de bien. Pero eso no siempre llega, porque vemos la situación complicada, porque nuestros amigos o parientes siguen enfermos o incluso mueren, y algún hijo ha tomado malas decisiones. Esto nos llena el corazón de desesperanza.
San Juan de la Cruz, que ayudó a conducir a Teresa de Lisieux por su “caminito de confianza y de amor”, nos dice: “De Dios obtenemos tanto como esperamos”. Dios no nos da según nuestros méritos, sino según nuestra confianza. Cuando decimos que “la esperanza es lo último que se pierde”, muchos lo hacen sin darse cuenta de que es una verdad extraordinaria. Podemos perder todos nuestros bienes, nuestros seres amados, lo que más apreciamos en este mundo, pero lo que nos sostiene es nuestra esperanza.
Vivir la esperanza es vivir con la confianza profunda de que Dios está presente y actuando, incluso cuando las circunstancias sean inciertas o difíciles. La esperanza en Dios es la certeza de que, pase lo que pase, Él está guiando nuestra vida y que su amor nos sostiene en cada momento.
No temamos al futuro; solo abramos nuestro corazón para escuchar qué es lo que Dios quiere de nosotros, sus hijos amados. No pongamos nuestra confianza en nuestras propias fuerzas ni en cosas materiales, porque son pasajeras. Pongamos toda nuestra confianza en Dios, que es fiel a sus promesas y saca lo mejor para nosotros incluso de las situaciones más tristes y adversas. Dios siempre tiene el control y su amor no falla.
No nos desanimemos; empecemos cada día con alegría, dejémonos sorprender por Dios y demos lo mejor de nosotros. No nos aferremos a nada de este mundo, solo al amor de Dios, pues ahí está nuestra paz y nuestra felicidad. Transmitamos esa paz a los demás, dando aliento y luz en medio de las dificultades.
Departamento de Familia