¿Cuántas veces nos hemos sentido arrepentidos por algo que hemos hecho o dejado de hacer? Después de una mala decisión, no solo sufre el que recibe la ofensa, pues quien traiciona también carga una herida muy profunda en su corazón. El dolor de la traición es el sufrimiento más agudo del alma, pues duele haber perdido la confianza y haber herido a quien amamos.
Traicionamos cuando elegimos el egoísmo, la mentira o la indiferencia, cuando en nuestras acciones ha habido ausencia de amor. ¿Cómo reaccionamos ante la herida que nos dejan nuestras malas decisiones? Podemos dejarnos aplastar por la desesperanza o el rechazo por uno mismo, como lo hizo Judas, o podemos ponernos en manos del amor misericordioso de Dios y dejar que ese dolor nos transforme, con la confianza de que Dios hace nuevas todas las cosas.
La diferencia entre Pedro y Judas, aunque ambos traicionaron a Jesús, radica en lo que hicieron después. Pedro siente el dolor de la traición, reconoce lo que hizo, se arrepiente y se deja atrapar por el amor de un Dios que solo quiere verlo volver.
Dios convierte nuestra traición en la oportunidad de amar más y mejor. Del dolor de nuestras equivocaciones puede brotar vida nueva, porque Dios no ignora nuestro sufrimiento, sino que nos busca, nos mira con amor y reconstruye nuestros corazones rotos.
Ahora Dios nos pregunta: ¿Me amas?
Departamento de Familia