Dios se acerca a nosotros una y otra vez. Se hace un niño para ganar nuestro corazón con su ternura, nos habla, nos enseña, camina con nosotros, pero tanto es su amor y su deseo de que nosotros vivamos en comunión con Él, que se hace alimento, pan de vida, y se entrega por nosotros. Un Dios eterno, infinito, poderoso en un pequeño trozo de pan, es el gran Misterio de Amor.
La celebración eucarística es, sin lugar a dudas, la oración por excelencia. Es nuestro encuentro con Cristo vivo y resucitado. Jesús, siendo invisible, actúa en la persona del sacerdote. Lleva ante el Padre Dios nuestras oraciones y ofrendas. Él es quien proclama el Evangelio y entrega su Cuerpo y su Sangre como alimento de salvación.
Jesús está ahí con un amor desbordante por nosotros, y nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Acudimos a Misa todos los domingos? ¿Quizá, algún día entre semana? ¿Con cuánto fervor participamos en ella? ¿Nos preocupamos por confesarnos seguido para estar siempre en gracia de Dios y poder recibirlo?
El Espíritu Santo nos prepara para el encuentro con Jesús, refuerza nuestra fe en su presencia. Nos hace participar en la vida y la misión de Cristo. Pidámosle que encienda en nosotros ese amor por la Eucaristía, que podamos contemplarlo con cariño y profunda reverencia en el altar y en el sagrario.
Recibamos al Señor con fe y con amor, como lo recibieron la Virgen María y los santos.
Saludos,
Departamento de Familia