Un expositor le preguntaba a un alumno, en una conferencia, que: “si exprimiera esta naranja, tan fuerte como pudiera, ¿qué obtendríamos?”; a lo que el alumno le respondió que: “jugo”. El profesor continuó diciendo: “¿saldría jugo de manzana, o de piña?”; entonces el joven respondió: “No, saldría jugo de naranja”. “¿Y por qué?”, dijo el profesor. “Porque se trata de la naranja, no de otra fruta”, concluyó el alumno.

Algo así ocurre con nosotros. Si tenemos algún problema, causado por nuestro cónyuge, o por las personas que nos rodean, y nos apretaran -como a la naranja-, ¿qué saldría de nuestro interior? ¿Tal vez ira, soberbia, enemistad, deseos de hacer daño o de herir con palabras nocivas?

Y nos olvidamos qué, como la naranja del ejemplo, lo que debería salir en esas circunstancias, es algo equivalente al jugo de esa fruta: perdón, solidaridad, armonía, acuerdos, sosiego.

Recordemos siempre, lo que el Señor dice en el Evangelio: “El buen hombre, del buen tesoro del corazón saca bien; y el mal hombre, del mal tesoro de su corazón saca mal; porque de la abundancia del corazón habla su boca”.

Saludos,                                                                                  

Departamento de Familia