El Bautismo del Señor en el Jordán

Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se le resistía diciendo: Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿cómo vienes tú a mí? Respondiendo Jesús le dijo: Déjame ahora, así es como debemos nosotros cumplir toda justicia. Entonces Juan se lo permitió. Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua y he aquí que se le abrieron los Cielos y vio el Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido. (Mt 3, 13-17).

En el Bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra. ¡Haremos que arda el mundo, en las llamas del fuego que viniste a traer a la tierra! … Y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin. 

Yo te oigo clamar, Rey mío, con voz viva, que aún vibra: “ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?” —Y contesto —todo yo— con mis sentidos y mis potencias: “ecce ego: quia vocasti me!”. El Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios. Niño: ¿no te enciendes en deseos de hacer que todos le amen? (Santo Rosario, Apéndice, 1º misterio de la luz). 

Todos los hombres son hijos de Dios. Pero un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna! 

Un hijo de Dios trata al Señor como Padre. Su trato no es un obsequio servil, ni una reverencia formal, de mera cortesía, sino que está lleno de sinceridad y de confianza. Dios no se escandaliza de los hombres. Dios no se cansa de nuestras infidelidades. Nuestro Padre del Cielo perdona cualquier ofensa, cuando el hijo vuelve de nuevo a Él, cuando se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia (…). (.Es Cristo que pasa, 64).

El cristiano se sabe injertado en Cristo por el Bautismo; habilitado a luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo; hecho una sola cosa con Cristo por la Eucaristía, sacramento de la unidad y del amor. Por eso, como Cristo, ha de vivir de cara a los demás hombres, mirando con amor a todos y a cada uno de los que le rodean, y a la humanidad entera (…). 

No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra “ut omnes homines salvi fiant” (cfr. 1 Tm 2, 4), para salvar a todos los hombres. Con nuestras miserias y limitaciones personales, somos otros Cristos, el mismo Cristo, llamados también a servir a todos los hombres (…). 

Nuestro Señor ha venido a traer la paz, la buena nueva, la vida, a todos los hombres. No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres. No sólo a los sabios, ni sólo a los ingenuos. A todos. A los hermanos, que hermanos somos, pues somos hijos de un mismo Padre Dios. No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros. (Es Cristo que pasa, 106). San Josemaría Escrivá. Para hablar con Dios. El Bautismo del Señor en el Jordán.

Saludos,

Departamento de Familia