El Camino de Santiago

El Camino de Santiago despierta uno de los deseos más profundos del corazón del hombre; el anhelo de purificarse, de mejorar; en fin, el deseo de Dios. Tal es la razón de su auge imparable. Y en esa búsqueda, el ejemplo de los santos es una buena ayuda. Entre los peregrinos que han sido canonizados desde el último Año Jubilar, está San Josemaría Escrivá, a quien Juan Pablo II proclamó Santo el 6 de octubre de 2002, y que celebra su fiesta litúrgica el 26 de junio.

Llegó por primera vez a la tumba del Apóstol en julio de 1938, desde Burgos, en tren. A causa de la guerra civil, se había ampliado el Año Jubilar de 1937, y en esas graves circunstancias, san Josemaría quiso peregrinar a Santiago. Vino con don Eliodoro Gil, que luego sería muchos años Canciller secretario del Obispado de Tui-Vigo. Llegaron a Santiago al final del día 17, y se hospedaron en el hotel La Perla, cerca de la Herradura.

Había llegado a Compostela con piedad de peregrino, con deseos de perdón y de alcanzar las gracias que la Iglesia dispensa el Año Jubilar. Desde León, había escrito a unas personas del Opus Dei: «Pedid por mí, que este Jubileo jacobeo me limpie y me encienda el alma». Hacia las ocho de la mañana del día siguiente, se dirigieron a la Catedral, y tras rezar en la capilla del Santísimo, celebraron la Santa Misa.

De esa celebración, queda otro breve e intenso recuerdo epistolar: «En Santiago de Compostela y a finales de julio, en la cripta, junto a las reliquias del Apóstol, se viven pausadamente las oraciones y las acciones de la Santa Misa. El sacerdote junta las manos y a la altura del rostro, se recoge: sus preces son por vosotros, por todos y por cada uno… Podéis asegurar que en espíritu, ganásteis el Jubileo jacobeo».

San Josemaría visitó Santiago en varias ocasiones más durante la década de los 40, para poner los cimientos de la labor apostólica de miembros del Opus Dei en Galicia. La última vez que rezó ante la cripta del Apóstol, fue el 25 de julio de 1961.

Es imposible medir la trascendencia íntima de aquel primer jubileo. Pero el caso es que, por aquel entonces, San Josemaría ultimaba en Burgos la redacción de un librito, “Consideraciones espirituales”, que había visto la luz en Cuenca, cuatro años antes y que contenía 440 puntos de meditación. Se había propuesto ampliarlo a 999 consideraciones y, a los pocos meses de su peregrinación compostelana, ya en fase de edición, decide de pronto cambiar el título y el libro se llamará “Camino”.

¿Por qué eligió ese título para su libro?, se pregunta el autor de la edición crítico-histórica de Camino (Pedro Rodríguez, Rialp 2002). ¿Qué mensaje tiene esta palabra -Camino- en el título de esta obra? El Camino de San Josemaría no es un manual de peregrinos, aunque no pocos lo llevan en sus mochilas.

Ese librito, del que se han publicado ya varios millones de ejemplares en muchos idiomas, es un aluvión de luz y de consejos para los que piensan en un camino largo, que abarca toda la vida, y que no termina hasta que lo hace en la eternidad de Dios. San Josemaría abre el libro con un desafío al caminante: «Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso (…). Enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón».

En la mente del autor, el camino es Cristo, que abre horizontes de plenitud humana y sobrenatural en la existencia irrepetible de cada persona. Por: Carlos Carrasco – La Voz de Galicia | Fuente: www.opusdei.es

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Departamento de Familia