El cariño, la lealtad y la comprensión

Nuestra caridad ha de ser también cariño, calor humano. Así nos lo enseña Jesucristo. Si el cristiano no ama con obras, ha fracasado como cristiano, que es fracasar también como persona. No puedes pensar en los demás como si fuesen números o escalones, para que tú puedas subir; o masa, para ser exaltada o humillada, adulada o despreciada, según los casos. Piensa en los demás -antes que nada, en los que están a tu lado- como en lo que son: hijos de Dios, con toda la dignidad de ese título maravilloso.

Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota. Este es el bonus odor Christi, -el buen olor de Cristo- el que hacía decir a los que vivían entre nuestros primeros hermanos en la fe: ¡Mirad cómo se aman!

Quiero hablar de vida diaria y concreta: de la santificación del trabajo, de las relaciones familiares, de la amistad. Si ahí no somos cristianos, ¿dónde lo seremos? El bonus odor Christi se advierte entre los hombres no por la llamarada de un fuego de ocasión, sino por la eficacia de un rescoldo de virtudes: la justicia, la lealtad, la fidelidad, la comprensión, la generosidad, la alegría. (Es Cristo que pasa, 36).

Piensa en los demás

Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría. La eficacia redentora de nuestras vidas sólo puede actuarse con la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y sintiendo la responsabilidad de ayudar a los demás (Es Cristo que pasa, 18).

No se puede tratar filialmente a María y pensar sólo en nosotros mismos, en nuestros propios problemas. No se puede tratar a la Virgen y tener egoístas problemas personales. María lleva a Jesús, y Jesús es primogenitus in multis fratribus, primogénito entre muchos hermanos. Conocer a Jesús, por tanto, es darnos cuenta de que nuestra vida no puede vivirse con otro sentido que con el de entregarnos al servicio de los demás. (Es Cristo que pasa, 145).

Cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, ayudándole, por Cristo, con tal delicadeza y naturalidad que ni el favorecido se dé cuenta de que estás haciendo más de lo que en justicia debes.

—¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios! (Camino, 440).

Que nadie nos sea indiferente

Los problemas de nuestros prójimos han de ser nuestros problemas. La fraternidad cristiana debe encontrarse muy metida en lo hondo del alma, de manera que ninguna persona nos sea indiferente. María, Madre de Jesús, que lo crió, lo educó y lo acompañó durante su vida terrena y que ahora está junto a Él en los cielos, nos ayudará a reconocer a Jesús que pasa a nuestro lado, que se nos hace presente en las necesidades de nuestros hermanos los hombres. (Es Cristo que pasa, 145).

Con obras y de verdad

Si no te veo practicar la bendita fraternidad, que de continuo te predico, te recordaré aquellas palabras entrañables de San Juan: “Filioli mei, non diligamus verbo neque lingua, sed opere et veritate” —Hijitos míos, no amemos con la palabra o con la lengua, sino con obras y de verdad. (Camino, 461).

Propósito sincero: hacer amable y fácil el camino a los demás, que bastantes amarguras trae consigo la vida. (Surco, 63).

Cuando te cueste prestar un favor, un servicio a una persona, piensa que es hija de Dios, recuerda que el Señor nos mandó amarnos los unos a los otros.

—Más aún: ahonda cotidianamente en este precepto evangélico; no te quedes en la superficie. Saca las consecuencias -bien fácil resulta-, y acomoda tu conducta de cada instante a esos requerimientos. (Surco, 727).

Saludos,

Departamento de Familia