La teóloga Jutta Burggraf, profesora de la Universidad de Navarra, pronunció en 2002, una conferencia sobre las aportaciones de san Josemaría, al reconocimiento de la misión que las mujeres desempeñan en la sociedad.
¿Qué “imagen de la mujer” tuvo San Josemaría?, se preguntó Burggraf? Este sacerdote sencillo y sonriente, que la mayoría de nosotros sólo conoce por las fotografías, fue un pionero de la promoción de la dignidad y emancipación de las mujeres en todo el mundo.
A partir de textos del sacerdote, la profesora Burggraf expuso ante 300 personas, algunas consideraciones sobre el valor idéntico de los sexos, la grandeza de cada persona, la promoción profesional de la mujer, el valor de las tareas del hogar, la cultura de la confianza, la liberación cristiana…
No fue la revolución feminista la que convenció a ese sacerdote español del valor idéntico de los sexos -afirmó Burggraf-. Como san Josemaría tenía una mente abierta y una fe viva y profunda, comprendió desde su juventud que el hombre y la mujer tienen exactamente la misma dignidad. Ambos son inteligentes y libres; a ambos les fue confiado el cultivo de la tierra como tarea común, y ambos poseen una última y exclusiva relación inmediata con Dios. “Nadie es más que otro, ¡ninguno! -solía decir-. No quiero sino ayudar, por los caminos del espíritu, a la libertad y a la dignidad de cada persona. Ése es mi sueño”.
La mujer, en todos los caminos profesionales
Escrivá tenía esto claro, en un tiempo en el que en las sociedades europeas se esperaba de las mujeres poco más que sonreír a los varones, tocar el piano, hacer puntillas y aprender el Catecismo. Cuando el joven Josemaría estudiaba Derecho en la Universidad de Zaragoza (1923-27), probablemente no había ninguna chica entre sus compañeros de curso; y cuando Dios le hizo ver que convendría admitir también a mujeres en el Opus Dei, en 1930, no existía todavía el sufragio femenino en España, ni en Francia, Italia, Suiza y muchos otros países.
Josemaría Escrivá, se empeñó más bien en sacar a las mujeres del papel secundario que se les asignaba, y contribuir así, de un modo positivo, a un mundo más justo y agradable. Veía a la mujer en todos los caminos profesionales, en todas las encrucijadas del trabajo, y no sólo en las tareas de su propio hogar.
El fundador de la Obra esperaba de ellas que tomasen su vida profesional realmente en serio; les animaba a aceptar responsabilidades de mayor envergadura, y cargos de más difícil desempeño: no para “brillar” personalmente, sino para servir más y mejor, para amar con eficacia.
Valores propios de la mujer
Burggraf explicó también como Josemaría Escrivá era consciente de los valores más desarrollados en la mujer. Los varones y las mujeres, aunque compartan todo lo esencial en la común naturaleza humana, tienen, a veces, distintas sensibilidades y necesidades: experimentan el mundo de forma diferente; sienten, planean y reaccionan de manera desigual, lo que puede percibir cualquier persona realista.
En este sentido, Josemaría afirmaba que la mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición… Escrivá alentaba a las mujeres a afirmar consciente y decididamente su diversidad: a descubrir, aceptar y desarrollar los propios talentos.
En el hogar y fuera de él
Josemaría quería que todas las personas tengan posibilidad de hacer libremente, y con cierta soltura, lo que creen que es bueno. En esa línea, enseñaba que los trabajos domésticos pueden ayudar a desarrollar, de modo especial, la capacidad de estar ahí, libremente, para los demás. Así, esos trabajos, aparentemente tan monótonos, son la fuente secreta de la felicidad y eficacia de toda una familia.
Jutta Burggraf finalizó su exposición señalando que San Josemaría, no quiso ni pudo darnos soluciones hechas para los problemas concretos de los nuevos tiempos. Por esto, compete a nosotros encontrar esas soluciones, para cada época por las que estamos atravesando. Compete a nosotros, hoy, empeñarnos en que se reconozca la plena dignidad de la persona en todo el mundo, y que la mujer, por fin, deje de ser un tema espinoso. Para lograr eso, nos conviene profundizar en el espíritu de ese soñador realista, tener en cuenta sus visiones amplias, inspirarnos en su entusiasmo y su audacia
Saludos,
Departamento de Familia