El lugar y el momento de nuestro encuentro con Jesús pueden darse en las más distintas circunstancias: en la Santa Misa; en el momento de la oración, sea delante del Sagrario o en algún lugar en el que tengamos una conversación callada con Él; durante la visita al Santísimo; cuando rezamos las comuniones espirituales, o durante nuestro paso por alguna Iglesia. Cristo se encuentra presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Preguntémonos ahora: ¿Cuántas veces buscamos ese encuentro con el Señor a lo largo del día? Es cierto que es muy difícil durante el trabajo, encontrar esas situaciones de las que hablábamos al comienzo del artículo, pero tal vez podemos hacerlo al final de nuestras labores, y antes de acudir a nuestro hogar.
Hay Capillas donde el Santísimo está expuesto permanentemente. Y podemos mirarlo mientras le agradecemos, le imploramos, le adoramos, y le preguntamos sobre sucesos por los que atravesamos, y ante los cuales no encontramos respuesta humana alguna. Serias dificultades económicas, falta de trabajo, enfermedades, hijos o familiares que se alejan de Dios, ideologías que se van sembrando en la mente de niños y adolescentes,…
“Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor”. (M. Javier Echevarría).
Quien que se acerca a la Eucaristía, encuentra al Señor y se dispone a escuchar su llamado: “ven y sígueme”; el mismo que recibieron los primeros doce y tantos otros personajes que descubrimos en el Evangelio. Ahora se dirige a nosotros, personalmente, sin ruido de palabras, metiéndose en nuestro espíritu,… invitándonos a seguirlo. Aprovechemos esta oportunidad.
Saludos,
Departamento de Familia