La enfermedad llega. Algunas veces repentinamente. En ocasiones, se trata de algo leve, que puede ser tratado y curado en poco tiempo. En otras, se torna dolorosa y ocasiona tristeza en el ambiente familiar.
En estos casos debe sentirse la solidaridad. De quienes viven con los afectados, y de quienes los rodean por lazos de amistad o parentesco. Recordemos que es una Obra de misericordia corporal: Visitar a los enfermos. Y esto significa, que aparte de acompañarlos, también hay que asistirlos.
Y allí debe estar presente nuestra generosidad. Aportar con lo que tenemos. Tiempo, cariño, dedicación. Ofrecerse a cuidarlos; a realizar cualquier gestión que los familiares que cuidan a un enfermo, no están en disposición de hacerla, porque algunas veces no pueden moverse de su lado. Y nuestra cercanía hacia el que sufre, debe sentirse.
No debemos olvidarnos de que esa persona enferma, tiene un cuerpo que sufre, pero también un alma que debe ser reconfortada con una asistencia espiritual. La Confesión; la Comunión; la Unción de los enfermos; son sacramentos que no le pueden faltar a un hijo de Dios que está postrado, y no puede moverse.
Tengamos presentes a estos seres desvalidos, que necesitan de nuestra ayuda y protección. Recordemos lo que Jesús dijo en el pasaje evangélico, cuando se refería a la recompensa que recibirán los justos: “Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”.
Saludos,
Departamento de Familia