El pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, mediante el milagro de la Transubstanciación. Es el Señor quién está presente -en el momento de la Consagración, en la Santa Misa-, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Ayer celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, que hubiésemos querido que se efectúe mediante procesiones, con el Santísimo Sacramento en la Custodia.
Pero seguramente la habremos seguido, de manera virtual, uniéndonos a millones de católicos en todo el mundo, mediante la Comunión de los Santos.
Jesús presente. Dios encarnado. Es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que se encuentra bajo la forma de hostia, para quedarse permanentemente con nosotros, hasta el final de los tiempos.
Que el deseo que tenemos de comulgar, no se apague. Que se acreciente día tras día, para que, cuando hayamos salido de esta gran prueba, a la hora de la Comunión, sintamos esa enorme gracia que significa tener al Señor dentro de nosotros, convirtiéndonos en un Sagrario de amor.
Hasta mientras, que no falte entre nuestras oraciones la Comunión Espiritual: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos”.
Saludos,
Departamento de Familia