No sienta tristeza. O si la siente, que no se apodere de usted. La Pascua, precisamente nos trae un antídoto contra la tristeza. Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, resucitó, luego de una profunda agonía. Tuvo tanto terror al sufrimiento que le esperaba, que sudó sangre. Incluso le dijo a su Padre que, si era posible, apartara de Él la Pasión que tendría que vivir.
En los momentos de incertidumbre, o cuando los acontecimientos no salgan como los habíamos previsto, la alegría debe constituirse en nuestra fortaleza.
También debemos estar pendientes de los demás. Si las personas que están a nuestro alrededor pasan por momentos difíciles, busquemos la forma de ayudarlos para que retorne el optimismo, y a pesar de los malos momentos, logremos devolverles las sonrisas a sus rostros.
La palabra de aliento; el buen humor en nuestra conversación; el apretón de manos y un abrazo sincero; tratando de remediar esa urgencia material por la que están atravesando, aportando con lo que esté a nuestro alcance.
Y si la pérdida de la alegría, es consecuencia de una enfermedad, busquemos a un especialista. No demoremos la presencia de un profesional, que puede ayudar a restablecer ese estado de ánimo que postra y entristece.
Aunque no lo pidan, es nuestro deber servir a quienes lo necesiten. Y mucho más, si se trata de un familiar, amigo, o de algún conocido. No demoremos el aporte que podamos brindar, para sacar de ese pozo profundo, a quienes sufren y están desalentados. Quizá en este mismo instante, alguien que está junto a nosotros, necesita de nuestra compañía. Ayudemos a que recupere su alegría, extendiendo nuestra mano…, para estrechar la suya.
Saludos,
Departamento de Familia