Dar ejemplo a los hijos
“Desde el primer momento, los hijos son testigos inexorables de la vida de sus padres. No os dais cuenta, pero lo juzgan todo, y a veces os juzgan mal. De manera que las cosas que suceden en el hogar influyen para bien o para mal en vuestras criaturas. Procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la corona de vuestra madurez y de vuestra vejez. Sois para ellos como un libro abierto”. (Pozoalbero (Jerez de la Frontera), 12.XI.1972).
Confiar en los hijos, incluso cuando mienten
“Procurad que los niños aprendan a valorar sus actos delante de Dios. Dadles motivos sobrenaturales para que discurran, para que se sientan responsables; y no les mostréis desconfianza. Es preferible que os engañen alguna vez, a que destrocéis el cariño y la unión que tienen con vosotros”. (Guadalaviar (Valencia), 17.XI.1972).
Educación personalizada
“Debéis administrar la libertad de los hijos, según la edad que tengan. No podéis tratar a todos de la misma manera. La justicia exige que tratéis de manera desigual a los hijos desiguales, pero de modo que no tengan celos. Son desiguales por la edad, por el temperamento, por la salud, por sus condiciones intelectuales… Así, con vuestra ayuda, llegan a ser iguales y a quererse mucho, a portarse bien, a tener las virtudes de sus padres, y a ser buenos hijos de Santa María”. (Guadalaviar (Valencia), 17.XI.1972).
Ser amigos de los hijos, confiar en ellos
“Haz esto con tus hijos. No te des por enterado, si te engañan alguna vez. Compréndelos, discúlpalos: ¿acaso tú y yo no hemos hecho lo mismo con Nuestro Señor, y hemos vuelto?
Que se den cuenta de que eres el mejor amigo, de que nadie les quiere tanto como su padre y su madre. Verás cómo los chicos están orgullosos de esto. Pero no pretendas que sean santos de pies a cabeza. Santos en la tierra no hay ninguno”. (El Prado (Madrid), 18.XI.1972).
La educación es cosa de los dos
“Las madres sois pedagogas por naturaleza. Además, no olvides que tenéis gracia de estado. Pero las madres debéis ejercitar la pedagogía, primero, con los maridos. Porque ellos son unos tranquilos -¡no nos oyen!-, y os abandonan a los hijos a vosotras, como si los hijos no fueran un negocio. Ellos se van a sus cosas; vosotras quedáis en la casa la mayor parte de las veces. Y los chicos, ¡que los eduquéis vosotras! ¿no señor: entre los dos..!” (Tabancura (Santiago de Chile), 5.VII.1974).
Ejercitarse en la paciencia
“Recomiendo que estés sereno con tus hijos, que no les des un cachete porque sí. Los chicos se ponen rabiosos, tú te molestas, sufres porque los quieres mucho y, además, te tienes que desenfadar. Ten un poquito de paciencia, ríñeles cuando ya se te haya pasado el enfado, y a solas. No los humilles delante de los otros hermanos. Háblales razonando un poco, para que se den cuenta de que deben obrar de otra manera, porque así agradan a Dios”. (Bell-lloc del Plà (Gerona), 24.XI.1972).
Educar en sobriedad
“No les deis una libertad de libertinaje, pero respetadles. No seáis excesivamente generosos en el dinero, porque en general dais demasiado dinero a los hijos. Ya se lo daréis después, multiplicado. Que aprendan a vivir con sobriedad, a llevar una vida un poco espartana; es decir, cristiana. Es difícil, pero hay que ser valiente: tened valor para educar en la austeridad; si no, no haréis nada”. (Castelldaura (Barcelona), 28.XI.1972).
“El exceso de cariño hace que los aburgueséis bastante. Cuando no es papá, es mamá. Y cuando no, la abuelita. Y a veces, los tres, cada uno por su lado, y os guardáis el secreto. Y el chico, con los tres secretos, puede perder el alma. Poneos de acuerdo.
No seáis tacaños con los hijos, pero tened en cuenta la capacidad de cada uno, la serenidad de cada uno, la posibilidad de autogobernarse: y que no tengan nunca abundancia, hasta que la ganen ellos”. (IESE (Barcelona), 27.XI.l972).
Enseñar el origen de la vida
“Papá tiene que hacerse amigo de los hijos. No tiene más remedio que esforzarse en esto, porque llega un momento en que los niños, si papá no les ha hablado, van con curiosidad -de una parte razonable y de otra malsana- a preguntar cuáles son los orígenes de la vida. Se lo preguntan a un amigote sinvergüenza, y entonces miran con asco a sus padres. En cambio, si tú -porque lo has seguido desde niño y ves que es el momento- le dices noblemente, después de invocar al Señor, cuál es el origen de la vida, el niño irá a abrazar a mamá porque ha sido tan buena, y a ti te dará unos besos con toda su alma y dirá: ¡qué bueno es Dios!, que se ha servido de mis padres, dejándoles una participación en su poder creador. No lo dirá así la criatura, porque no sabe; pero lo sentirá. Y pensará que vuestro amor no es una cosa torpe, sino una cosa santa”. (Enxomil (Oporto), 31.X.1972).
Enseñarles a rezar
“Tu mujer y tú sois el mejor medio del que se sirve Dios, para educar a vuestros hijos en la vida de piedad. Seguramente, recordaréis las oraciones aprendidas de labios de vuestra madre. A mí no me da vergüenza deciros que, por la mañana y por la noche, repito esas oraciones vocales que ella y mi padre me enseñaron: pocas, breves, piadosas”. (Tajamar (Madrid), 28.X.1972).
“Si les dais el ejemplo de vuestra frecuencia de sacramentos y de vuestra piedad mariana, vuestros hijos marcharán por el buen camino. La solución está en vuestras manos, porque los niños -aun los que parecen más pequeñines- no lo son tanto, y desde los dos años comienzan a ser testigos de vuestra vida. Son jueces crueles, inexorables: ¿quién va a meterles en la cabeza, a esa edad, que sólo Nuestro Señor es el que puede juzgar?
Los hijos juzgan todo lo que ocurre delante de sus ojos; por eso, si os ven piadosos y rectos, si ven que no reñís, si ven que tenéis un amor grande a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra; si ven que lucháis contra vuestros defectos y que procuráis ser buenos cristianos, ellos comenzarán a admiraros. Con eso, ya los estáis formando”. (Brafa (Barcelona), 22.XI.1972).
En la adolescencia
“Que no tengan miedo, que sepan que también tú fuiste rebelde a su edad… Vamos a ser sinceros: el que no haya dado guerra a sus padres (…) que levante la mano; ¿quién se atreve a hacerlo? Es justo que tus hijos también te hagan sufrir un poco. Entonces, coges un día a aquel revoltoso, te lo llevas de paseo, le invitas a tomar algo y le dices: ¿sabes que yo, cuando tenía tu edad, hice sufrir a tus abuelos?
¡Fíjate!, les hice esta trastada y aquella otra, y me perdonaron enseguida. Ahora estoy tan dolido de haberlos hecho sufrir: ¡qué lástima! Él entenderá, se dará cuenta de que tú eres capaz de comprenderle, de disculparle, y de amarle, con sus defectos. ¡También con sus defectos! Se irá corrigiendo, poco a poco. ¿Quién va a ser mejor educador que un padre o una madre? La pedagogía vuestra, si sois buenos cristianos, es colosal.
Trátalos como querrías que te hubieran tratado, cuando tenías su edad. Más vale que te engañen una vez, que hacerles pensar que no les quieres bastante, que no tienes confianza en ellos. ¡Déjate engañar alguna vez, que no pasa nada!” (Enxomil (Oporto), 31.X.1972). San Josemaría Escrivá. Para hablar con Dios. La educación de los hijos.
Saludos,
Departamento de Familia