San Josemaría afirmó siempre que los padres son los principales educadores de sus hijos, “tanto en lo humano como en lo sobrenatural”. Por tal razón, es importante que sientan la grandeza y responsabilidad de esta misión que exige tantas virtudes humanas: comprensión, prudencia, saber enseñar,… Aunque hoy en día se habla mucho de crisis de autoridad de los padres o del miedo a exigir, San Josemaría recordaba que el ideal de los padres no se puede centrar en una relación de miedo a la autoridad sino que “se concreta más bien en llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable”.
Para lograr este ideal, es necesario que los padres encuentren tiempo para estar y hablar con ellos. Es trascendental que comprendan lo que afirmó en una de sus homilías: “Los hijos son lo más importante: más importante que los negocios, que el trabajo, que el descanso”.
Por otra parte, la autoridad paterna se puede armonizar, con un sentimiento de amistad, que exige “ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos. Los hijos anhelan siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres”. Para esto, San Josemaría ponía la clave en una palabra: dar confianza. Si la confianza es lo que hace crecer a las personas, es necesario que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. “Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre”.
Esa amistad y confianza hará posible algo de capital importancia: “que sean los padres quienes den a conocer a sus hijos el origen de la vida, de un modo gradual, acomodándose a su mentalidad y a su capacidad, anticipándose a su natural curiosidad”; y así se evita que rodeen de malicia esta materia, que es “noble y santa en sí misma”, por una desafortunada confidencia de un amigo o amiga, o por algunas visiones totalmente desenfocadas en el cine, la música, o el Internet.
En esta gran misión de ser colaboradores de Dios, no sólo para traer hijos al mundo, sino para educarlos de acuerdo a un plan divino para cada uno, los padres cuentan con la ayuda de la gracia de Dios para ello, y deben tener la seguridad de la intercesión de tantos santos y santas que nos han precedido. Mons. Justiniano García Arias.
Saludos,
Departamento de Familia