Cuando termina el día, y en un momento de la noche, recogemos todo lo que hemos vivido, -como una película que pasa por nuestra mente y por nuestro corazón-, tratamos de medir, si todo lo que hicimos, valió la pena; fue importante para alguien; o simplemente, fue una pérdida de tiempo.
En tan sólo un par de minutos, podemos ver que también quedaron muchas cosas sin hacer y otras cuantas mal hechas; acciones que nadie vio y que quizá nunca nos las agradezcan. Pero, la alegría al final del día viene dada por el misterio del amor y la misericordia.
Amor, que nos muestra que cada pequeña acción, aunque parezca insignificante, si fue hecha para Dios, alcanza un valor inimaginable. Ese es el manantial del que nos alimentamos, y, en definitiva, el que hará que podamos alcanzar ese cielo tan anhelado. Y misericordia, que nos muestra cuán grande es el amor de Dios por nosotros, que siempre habrá un nuevo día para empezar.
Y así pasan los días, tratando siempre de hacer las cosas pequeñas lo mejor posible, de hacerlas pensando en aquellos a los que servimos, en el sinnúmero de miradas, sonrisas, palmaditas de aliento, abrazos consoladores, que pueden contagiar de vida a aquellos que piensan que la están perdiendo. Porque la grandeza de nuestra vida, está en vivir con amor las pequeñas, las cuales inundan nuestros días.
Departamento de Familia