La justicia humana busca dar a cada uno lo suyo; la misericordia, en cambio, da un paso más: ofrece amor incluso cuando el otro no lo merece. La justicia que brota del corazón de María se transforma en don, servicio y perdón, porque ella ve con los ojos de Dios.
Así, podemos observar cómo, en la Anunciación, María no busca privilegios; es más, se ve como la humilde esclava del Señor y se transforma en don para el mundo. También, cuando llevando al Hijo de Dios en su vientre se dirige a ayudar a su prima Isabel, nos enseña que la verdadera justicia está en el servicio generoso y desinteresado, pues servir, es amor; un amor que, al volcarse al otro, se vuelve misericordia.
La justicia de María es perdón. Vio sufrir a su Hijo: agravios, burlas, insultos y la muerte en la Cruz; y ella nos recibe como sus hijos, nos cuida y ama con ternura.
Cuando en casa comprendemos antes de juzgar, cuando en el trabajo ayudamos antes de señalar, cuando en la sociedad elegimos perdonar antes de vengarnos, entonces la justicia se convierte en un reflejo de la misericordia de Dios.
Seamos justos con ternura, corrijamos con compasión, miremos al otro con esperanza.
Departamento de Familia