“Navidad. Me escribes: “al hilo de la espera santa de María y de José, yo también espero, con impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!: presiento que romperé en una alegría sin límite. ¡Ah!: y, con Él, quiero también nacer de nuevo…” —¡Ojalá sea verdad este querer tuyo!” (Surco, 62).

“Cuando llegan las Navidades, me gusta contemplar las imágenes del Niño Jesús. Esas figuras que nos muestran al Señor que se anonada, me recuerdan que Dios nos llama, que el Omnipotente ha querido presentarse desvalido, que ha querido necesitar de los hombres. Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría”. (Es Cristo que pasa, 18).

“Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. El mensaje de la Navidad resuena con toda fuerza: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Que la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones, escribe el apóstol. La paz de sabernos amados por nuestro Padre Dios, incorporados a Cristo, protegidos por la Virgen Santa María, amparados por San José. Esa es la gran luz que ilumina nuestras vidas y que, entre las dificultades y miserias personales, nos impulsa a proseguir adelante animosos. Cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida”. (Es Cristo que pasa, 22).

“Llégate a Belén, acércate al Niño, báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale contra el corazón… —No hablo de niñadas: ¡hablo de amor! Y el amor se manifiesta con hechos: en la intimidad de tu alma, ¡bien le puedes abrazar!” (Forja, 345).

“He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de este modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús. Porque hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla, a fuerza de hacer oración, como ahora, delante del pesebre. Hay que entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres”. (Es Cristo que pasa, 14).

Por los Evangelios sabemos que María y José eran de Nazaret pero que, por un edicto de César Augusto, tuvieron que desplazarse hasta Belén -la ciudad de José- para cumplir con el censo.

Son dos los evangelistas, Mateo y Lucas, que nos dicen que Jesús nació en Belén. Además, Lucas señala que María, después de dar a luz a su hijo “lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento”. El “pesebre” indica que en el sitio donde nació Jesús, se guardaba el ganado. Lucas señala también que el niño en el pesebre será la señal para los pastores, de que allí ha nacido el Salvador.

La tradición de la Iglesia ha trasmitido desde muy pronto, el carácter sobrenatural del nacimiento de Jesús. (Catecismo de la Iglesia Católica, 499Evangelio San Lucas, capítulo 2Evangelio San Mateo, capítulo 2).

“Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea (Lc 2, 1-5). Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Lc 2, 7) Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!”. (Santo Rosario, comentario al tercer misterio de Gozo).

Jesús nació en una gruta de Belén, dice la Escritura, “porque no hubo lugar para ellos en el mesón”. —No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón”. (Forja, 274).

Saludos,

Departamento de Familia