Cuando pasamos la vida sin darnos un tiempo para mirar dentro de nuestro corazón, sin preguntarnos si nuestras decisiones, hasta ese momento, han sido las esperadas por Dios, corremos el riesgo de perder el horizonte, de querer buscarlo en el placer y la felicidad de este mundo. Y comenzamos a soltarnos de su mano y nos llenamos de justificaciones para convencernos de que estamos bien y no lo necesitamos. Pero Dios, en su infinito amor, busca nuestra mirada, busca un encuentro, pone en nuestro corazón ese deseo de volver a Él, empieza a incomodarnos y nos obliga a pensar en nuestra vida.
Allí descubrimos que somos frágiles, que hacer el bien no es fácil, experimentamos el dolor del pecado que hay en nuestro corazón. Nuestras acciones nos confirman que somos polvo y ceniza, que Dios está ausente, que sabemos que existe, aunque no en nuestras vidas. Pero la misericordia de Dios sobrepasa todo el mal y nos extiende su mano, nos atrae hacia Él, nos da una nueva oportunidad y hace crecer esa nostalgia de su amor y de su cercanía.
Dejemos que, de ahora en adelante, sea Dios quién inspire nuestros días, que la esperanza y el amor nos impulse a tomar en serio el llamado a convertir nuestro corazón. Con su gracia, salgamos de esa prisión, en la que en algún momento decidimos entrar, y volando alto podamos tocar el Cielo.
Que la nostalgia de Dios nos impulse a obrar bien, a amar más, a mirar hacia adelante con un corazón agradecido con un Padre amoroso que, sin importar lo débiles que somos, nos ama infinitamente.
Saludos,
Departamento de Familia