San Josemaría, con motivo de la fiesta de san Francisco de Asís el 4 de octubre, aconsejaba meditar sobre la virtud de la pobreza. Decía: “sacad las consecuencias prácticas necesarias para vuestra vida personal”.

¿No te da alegría sentir tan cerca la pobreza de Jesús?… ¡Qué bonito carecer hasta de lo necesario! Pero como Él: oculta y silenciosamente. (Forja, 732).   

Me dices que deseas vivir la santa pobreza, el desprendimiento de las cosas que usas. —Pregúntate: ¿tengo yo los afectos de Jesucristo, y sus sentimientos, con relación a la pobreza y a las riquezas? Y te aconsejé: además de descansar en tu Padre-Dios, con verdadero abandono de hijo…, pon particularmente tus ojos en esa virtud, para amarla como Jesús. Y así, en lugar de verla como una cruz, la considerarás como signo de predilección. (Forja, 888). 

Dios mío, veo que no te aceptaré como mi Salvador, si no te reconozco al mismo tiempo como Modelo. —Pues que quisiste ser pobre, dame amor a la Santa Pobreza. Mi propósito, con tu ayuda, es vivir y morir pobre, aunque tenga millones a mi disposición. (Forja, 46).

Siempre pobres ¿cómo?

Nos basta además escuchar las palabras del Señor: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Si tú deseas alcanzar ese espíritu, te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad…; no te crees necesidades. 

En una palabra, aprende con San Pablo a vivir en pobreza y a vivir en abundancia, a tener hartura y a sufrir hambre, a poseer de sobra y a padecer por necesidad: todo lo puedo en Aquel que me conforta. Y como el Apóstol, también así saldremos vencedores de la pelea espiritual, si mantenemos el corazón desasido, libre de ataduras. (Amigos de Dios,123).

No tienes espíritu de pobreza si, puesto a escoger de modo que la elección pase inadvertida, no escoges para ti lo peor. (Camino 635).

Despégate de los bienes del mundo. —Ama y practica la pobreza de espíritu: conténtate con lo que basta para pasar la vida sobria y templadamente. (Camino, 631).

Un signo claro de desprendimiento es no considerar —de verdad— cosa alguna como propia. (Forja, 524)

Si eres hombre de Dios, pon en despreciar las riquezas el mismo empeño que ponen los hombres del mundo en poseerlas. —Si no, nunca serás apóstol. (Camino, 633)

Si estamos cerca de Cristo y seguimos sus pisadas, hemos de amar de todo corazón la pobreza, el desprendimiento de los bienes terrenos, las privaciones. (Forja, 997).   

La pobreza está en encontrarse verdaderamente desprendido de las cosas terrenas; en llevar con alegría las incomodidades, si las hay, o la falta de medios. (Conversaciones, 111).

“Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia el Evangelio a los pobres” (Mt., XI, 4–S): Hijos míos, habéis escuchado lo que nos dice el Señor; sus palabras a mí me remueven por dentro: luego amaremos el desasimiento, lo amaremos con predilección; porque cuando el espíritu de pobreza se resquebraja, es que va mal toda la vida interior. (Salvador Bernal, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid, 1976).

En las situaciones apuradas

Copio este texto, porque puede dar paz a tu alma: “Me encuentro en una situación económica tan apurada como cuando más. No pierdo la paz. Tengo absoluta seguridad de que Dios, mi Padre, resolverá todo este asunto de una vez. Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos generosas. Nuestra Madre —¡tu Madre!— a estas horas, como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!… Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo, Jesús: para mí, nada; para ellos”. (Forja 807). 

Amo tu Voluntad. Amo la santa pobreza, gran señora mía. —Y abomino, para siempre, de todo lo que suponga, ni de lejos, falta de adhesión a tu justísima, amabilísima y paternal Voluntad.  (Forja, 808).

No amas la pobreza si no amas lo que la pobreza lleva consigo. (Camino 637). 

Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros —¡con fe recia!— de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos. Desaparecerían tantos desasosiegos que, con frase de Jesús, son propios de los paganos, de los hombres mundanos, de las personas que carecen de sentido sobrenatural. Querría, en confidencia de amigo, de sacerdote, de padre, traeros a la memoria en cada circunstancia que nosotros, por la misericordia de Dios, somos hijos de ese Padre Nuestro, todo poderoso, que está en los cielos y a la vez en la intimidad del corazón; querría grabar a fuego en vuestras mentes que tenemos todos los motivos para caminar con optimismo por esta tierra, con el alma bien desasida de esas cosas que parecen imprescindibles, ya que ¡bien sabe ese Padre vuestro qué necesitáis!, y Él proveerá. Creedme que sólo así nos conduciremos como señores de la Creación, y evitaremos la triste esclavitud en la que caen tantos, porque olvidan su condición de hijos de Dios, afanados por un mañana o por un después que quizá ni siquiera verán. Para mí, el mejor modelo de pobreza han sido siempre esos padres y esas madres de familia numerosa y pobre, que se desviven por sus hijos, y que con su esfuerzo y su constancia —muchas veces sin voz para decir a nadie que sufren necesidades— sacan adelante a los suyos, creando un hogar alegre en el que todos aprenden a amar, a servir, a trabajar. (Conversaciones, 111).

Saludos,        

Departamento de Familia