La voluntad de Dios, siempre está dispuesta a realizar el bien. Si hay algo que no es bueno, que causa mal o desdicha, no es el Señor el que ha deseado que esto ocurra. Lo ha permitido, porque pretende sacar algo bueno de esta circunstancia; pero Él no lo ha querido.
En nuestra vida, ocurren muchos sucesos; algunos que nos llenan de alegría; otros, en cambio, nos producen desaliento o tristeza. La pérdida de alguien cercano; una enfermedad incurable; problemas familiares, económicos o que afectan a la comunidad.
Cuando esto sucede, muchas veces miramos al Cielo, esperando alguna respuesta, que nos haga comprender, por qué nos ha ocurrido una desgracia. Y no encontramos una contestación inmediata en nuestro espíritu. Sentimos que Dios calla, porque su decisión ha sido que pasemos un determinado sufrimiento.
Pero no es así. El Señor nos ha creado libres, y parte de esa libertad son los acontecimientos que la vida nos trae, y que se manifiestan de manera diferente.
Si anhelamos que esos momentos de adversidad terminen, la oración es el arma eficaz; la solución a nuestras dificultades; el bálsamo que nos cura. Allí sentiremos realmente la presencia de ese Padre que nos ama y que desea lo mejor para nosotros. Esa es su auténtica voluntad.
Ante las situaciones adversas, recordemos lo que San Josemaría nos dice, en el punto 691 de Camino: “¿Estás sufriendo una gran tribulación? —¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén”. Yo te aseguro que alcanzarás la paz”.
Saludos,
Departamento de Familia