No queremos referirnos, el día de hoy, al papá, mamá, hijos, o algún pariente que viva en el hogar. Queremos hablar, brevemente, de aquellos hombres o mujeres que permanecen silenciosamente junto a nosotros, ayudándonos con las tareas domésticas.
Se los ve todos los días. Arreglando la casa; preparando los alimentos que vamos a servirnos; cuidando a los más pequeños; ordenando nuestra ropa y otros enseres que utilizamos con frecuencia; en los jardines; o manejando porque hay que dejar algún encargo, o recoger a los miembros de la familia.
Todos ellos cumplen una función. Y cansados, con problemas, con lluvia o con sol, están siempre a nuestra disposición. ¿Y qué hacemos nosotros por ellos? Es obvio que hay que pagarles por su trabajo, y puntualmente. Pero, nos hemos preguntado: ¿qué más hacemos por ellos?
Principiemos por el respeto que les debemos, aunque hayan cometido alguna equivocación en el trabajo. ¿Sabemos qué problemas tienen en su hogar? ¿Si han recibido los sacramentos? ¿Hacemos las gestiones oportunas para que los tomen? ¿Nos preocupamos de las dificultades que tienen sus hijos en el colegio o con su comportamiento? ¿Les damos todo lo necesario, para que cumplan bien su labor?
Que no se conviertan en sombras que deambulan por la casa, haciendo las tareas, “porque para eso les pagamos”. Que seamos conscientes que su trabajo lo hacen por amor, ya que son algunas veces las que no quisieran ir a laborar porque están cansados, enfermos, o tristes.
Que tengamos consideraciones especiales por María, Juan, y por los demás que colaboran día tras día, haciéndonos grata la vida en el hogar.
Saludos,
Departamento de Familia