Uno de los propósitos más fáciles de conseguir es la devoción a la Virgen. Acudir con frecuencia a su intercesión debería estar dentro de nuestro plan de vida de todos los días. Desde que amanece hasta que anochece. Levantarnos, dedicando el trabajo y el estudio a nuestra Madre del Cielo, nos llena de fuerza para realizar las tareas con empeño y dedicación durante nuestra jornada.
San Josemaría se expresa de Ella diciendo: “La Virgen Santa María, Maestra de entrega sin límites. –¿Te acuerdas?: con alabanza dirigida a Ella, afirma Jesucristo: “¡el que cumple la Voluntad de mi Padre, ése –ésa– es mi madre!…”. Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza –fuerza de amor y de liberación– su respuesta de generosidad ejemplar: «ecce ancilla Domini!» –he aquí la esclava del Señor”.
Cuando estemos en peligro, llamémosla diciendo: ¡Madre! Cuando estemos rebosantes de alegría, también. Hay que llamarla con energía, con buen ánimo, con resolución. Conscientes de que, junto a su Hijo, quieren lo mejor para nosotros y para nuestra familia.
Y qué mejor manera de hacerlo que rezando el Santo Rosario. El Rosario es un arma eficaz en nuestra lucha diaria por conseguir la santidad. San Juan Pablo II decía: “Nuestro corazón puede encerrar en estas decenas del Rosario todos los hechos que componen la vida de cada individuo, de cada familia, de cada nación, de la Iglesia y de la humanidad: los acontecimientos personales y los del prójimo y, de modo particular, de los que más queremos. Así, la sencilla oración del Rosario late al ritmo de la vida humana”.
Acudamos a la Reina del Cielo, no sólo durante este mes dedicado a Ella, sino todos los días del año, cuando necesitemos expresarle nuestro cariño de hijos agradecidos por su constante intercesión ante el Dios que todo lo puede.
Saludos,
Departamento de Familia