Los pastores, que fueron los primeros testigos del nacimiento de Jesús, eran individuos sencillos, de muy básicos conocimientos, rudimentarios, segregados por los doctores de la ley y los sumos sacerdotes de Israel.
Pero Dios se fijó en estos seres humildes, para que, por medio de un ángel, fueran las primeras personas que se enteraran del suceso: “pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor”.
Dice también el Evangelio que “vinieron presurosos”, es decir, no se detuvieron a pensar qué significaría tal noticia. Y no sólo eso, sino que le llevarían algún regalo: queso, manteca, leche, requesón, algo de abrigo, algún cordero… En el mundo oriental de entonces, era inconcebible presentarse sin algún don.
El Señor nos llama a cada instante, de diferentes maneras. No será un ángel quien se nos presente. Pero hay muchos medios por los que nos habla Dios, y debemos estar atentos a esas mociones especiales que continuamente están impregnando nuestro espíritu, y que nos invitan a cambiar, a ser mejores, y si ya se camina por ese rumbo, a seguir recorriéndolo con perseverancia, sin desanimarnos.
Es la lección que nos dan estos pastores: hombres dóciles, obedientes, modestos, que no dudan en ir a adorar al Rey de Israel. Nosotros, en esta Navidad, ¿estamos dispuestos, como los pastores, a brindarle a ese Niño que está en su pesebre, los regalos de nuestro constante sacrificio en hacer bien nuestro trabajo; de ser misericordiosos con los demás; de brindar alegría y hacer más amable la vida de nuestro prójimo?
Que en estos días que faltan para la Navidad, nos concentremos en hacer una lista de presentes que le llevaremos a Jesús; con generosidad, dedicación y esfuerzo.
Saludos,
Departamento de Familia