Jesús escogió a sus amigos, con quienes compartió muy de cerca su amor y su poder. Cuántas veces se asombraron escuchando sus discursos y pudieron palpar lo que es amar de verdad, cuando lo vieron acercarse con misericordia a los más débiles y necesitados. Cuántas veces fueron testigos de milagros, del poder de Dios para calmar, perdonar y consolar. Poco a poco, los apóstoles fueron experimentando la profundidad del mensaje que Jesús, antes de regresar al Padre, dejaría en herencia.
Sin embargo, junto a todo eso que vivieron con Jesús, poco a poco fueron descubriendo el camino de la cruz, el peso de la incomprensión. Se dieron cuenta de que habría muchos que no lo entenderían, que se reirían y rechazarían su mensaje. Esa es la otra cara del seguimiento a Jesús: el rechazo.
Jesús quiere que estemos en el mundo, que disfrutemos de la playa, de un café con amigos, de una buena película. Podemos gozar del mundo, pero recordando que no somos de este mundo. Debemos tener una sana distancia que nos proteja de las distracciones y confusiones que el mundo nos ofrece, pero que al mismo tiempo nos permita impregnarlo de la vida cristiana, sin miedo a ser juzgados.
A veces nos da miedo decir que vamos a misa, que rezamos con nuestros hijos todos los días, o simplemente callamos cuando podemos aportar con criterios morales que ayuden a otros. Cuando nos invada ese respeto humano o el miedo al “qué dirán”, no olvidemos que dentro de nosotros hay una luz que necesita ser compartida.
Cuidemos nuestra vida interior con la oración, los sacramentos y la lectura del Evangelio. Vivamos en el mundo, pero sin estar atados a él, porque estamos llamados al Cielo.
El mundo puede rechazar el mensaje cristiano y es justamente en esos momentos cuando más debemos ser testigos del amor de Dios.
Departamento de Familia