Quizá si nos lo proponemos, descubriremos muchos rostros nuevos, que siempre estuvieron, pero no alcanzamos a mirar. Si hacemos un poco de silencio, seguro que también descubriremos el grito y el llamado de quiénes pasan necesidad. ¿Por qué tanta indiferencia? Que no los veamos o no los escuchemos, no quiere decir que no existan. El sufrimiento de los demás nos llama a crecer en compasión, nos invita a transformar nuestro corazón.
El mundo nos arrastra a pensar en nuestras propias necesidades, intereses y sueños, nos quiere convencer que nuestra felicidad es lo primero. La vida nos trae un sinfín de obligaciones, que llenan nuestro tiempo. A veces, ese trabajo bueno y honrado, ese hobby divertido y sano, o cualquier otra distracción que acapare nuestra atención, ha desviado nuestra mirada de lo que realmente es importante; de las personas que me necesitan y que requieren de mi tiempo, que esperan por mí.
Nuestras familias: mi esposa, mi esposo, mis hijos, esperan por nosotros, necesitan que los miremos a los ojos, que los escuchemos con el corazón. Cuando les dedicamos tiempo, somos capaces de descubrir esos rostros que amamos, nos dejamos sorprender cada día, disfrutamos de sus ocurrencias, de sus éxitos y los acompañamos en sus fracasos. “El prójimo es un rostro que encontramos en el camino, y por el cual nos dejamos mover y conmover”. (Papa Francisco).
Saludos,
Departamento de Familia